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martes, 3 de mayo de 2016

Click. Tercera parte.

On

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Tengo 14 años. Hace poco mas de un año y medio que se divorciaron mis papás y a mi mamá se le ocurrió que tengo que ir a una sicóloga porque tengo problemas... así, en plural.

La primera cita es con los dos ahí conmigo.

Me siento como si estuviera en una corte marcial.

No levanto la mirada del suelo de la oficina.

Estoy muy enojada y humillada de estar ahí a la fuerza.

Pienso que mis papás son unos cómodos que prefieren que alguien más les arregle las cosas conmigo antes de escucharme a mí.

Mi mamá habla de lo que ha pasado desde el divorcio, de acuerdo a lo que ella piensa. Habla de lo mala estudiante que soy. Habla de cómo no me interesa nada, de que soy cero aplicada en el colegio, de que solo pienso en cosas superficiales y habla de ella.

Mi papá solamente dice que él no cree en sicólogos.

Después de eso no habla.

Mi mamá empieza a hablar de las razones de su divorcio y la reunión se convierte en un campo de batalla conmigo en medio. Ya no hablan más de mí.

Trato de pensar en cualquier otra cosa menos en que estoy ahí.

La sicóloga logra que mis papás se callen y los hace salir de su oficina.

Después me pregunta si YO se la razón por la que estoy ahí.

Levanto los ojos del piso y la miro de frente.

“Estoy aquí porque mis papás creen que tengo un problema, cuando los del problema son ellos. Si usted quiere hable, porque yo no tengo nada que decir”.

Vuelvo a terapia solo 6 veces más.

No tengo nada que decir.

Forward.
Tengo 16 años. Llego a la casa después del colegio. No hay nadie más que la empleada que me detesta porque soy la patrona pero a la vez no lo soy. Otra vez no hay mas que un pedazo de carne frío y tieso en una sartén en la cocina y arroz, también frío y duro.

Dejo la carne donde está.

Agarro arroz y queso y me hago un exquisito arroz “crujiente” con queso derretido.

Me siento a comer sola con mi libro.

Esa tarde le digo a la empleada que me deje la carne cruda. Que yo la cocino cuando llego. Me mira sorprendida y se encoge de hombros.

Rewind
Tengo 13 años y estoy en la casa de una de mis tías. A las 7 sirven la cena. Hay arroz, un arroz que nunca había probado, delicioso. Pregunto y mi tía dice que es arroz precocido (hago una nota mental para que ese nombre nunca se me olvide), carne en salsa, ensalada y postre. Parece una fiesta, pero así es como comen todos los días todos juntos. Mis tíos tienen un cuarto entero de despensa. ¡Huele tan rico! Huele a comidita especial, huele a una casa donde hay alguien que se preocupa porque todos estén bien.

Cuando sea grande voy a tener una.

Llena de cosas riquísimas y siempre llena.

Siempre llena.

Forward
Tengo 17 años. Una de mis amigas viene a mi casa después del colegio y yo preparé una coliflor en salsa blanca con queso derretido y bistec. Comemos riquísimo y me siento muy orgullosa de mi misma. Mi amiga me dice que soy una campeona por cocinar como cocino y yo le contesto que no es eso, pero que si no lo hago yo, no comemos. Ella piensa que es un comentario de lo más gracioso.

Yo no le encuentro la gracia.

Rewind.
Tengo 10 años. Mi mamá me lleva con ella al supermercado. Me dice que detesta tener que hacer compras. A mi me encanta el super, me encanta como huele y todas las cosas que hay. Mami me enseña cómo escoger las frutas y las verduras y la carne. Me gusta mucho ayudarla. Mami dice que "tengo buena mano" para escoger las cosas.

Forward
Tengo 12 años. Mi mamá dice que está deprimida y con migraña y que no puede ir a hacer las compras. Me dice que vaya yo. Me hacen una lista y me voy en bus al supermercado que queda en el Paseo Colón. Compro todo lo que está en la lista y me devuelvo en bus con las bolsas de las compras. Otro día, mi mamá me dice que vaya a pagar los recibos del teléfono, del agua y de la luz. Me dice dónde ir y a partir de ese día muchas veces voy yo a pagarlos. Mi mamá me dice que en el Mercado Mayoreo las frutas y las verduras son mejores y más baratas. Empiezo a ir en bus al Mercado y me encanta. Todas las frutas y las verduras están fresquitas. Hay un puesto que se llama “Chupis” donde una de mis tías compra así que yo empiezo a comprar ahí también. Me siento grande.

También me empiezo a encargar de las compras de útiles, cuadernos y uniformes míos y de mi hermana. Mi mamá no tiene tiempo. Yo soy la que le pide la plata a mi papá y también la que después le llevo las facturas y el vuelto. Después de las compras, me encargo de forrar los cuadernos de las dos.

Forward
Tengo 17 años. Mi mamá entra en mi cuarto. Me dice que en SU casa, nadie vive de gratis. Me dice que a partir de que cumpla 18 años o trabajo y aporto por lo menos la mitad de mi salario para cosas de la casa, o empaco y me voy.

Me dice que lo que hago en la casa es lo mínimo indispensable.

Me quedo sin palabras y sin voz.

Rewind
Tengo 13 años. Mi mamá está enojada conmigo porque llegamos tarde el domingo que salimos con mi papá. La estábamos pasando tan lindo que se nos fue el tiempo. Me recibe furiosa y me grita que si yo soy así de desconsiderada con ella, que por qué no empaco y me voy a vivir con mi papá. Que al fin y al cabo parece que lo prefiero a el. Le grito que eso es lo que voy a hacer. Mi papá siempre me ha dicho que cuando quiera me puedo ir con el. Cierro la puerta de mi cuarto de un portazo y llamo a mi papá llorando. Le digo que me quiero ir a vivir con el.

Se hace un corto silencio en la línea y mi papá me contesta que lo siente mucho, pero que con el no puedo vivir. Que el tiene su propia vida y que yo le complicaría las cosas.

Pausa.
La verdad es que nunca me quise ir de la casa de mi mamá peleada con ella y en cuanto cumplí 18 años, salí a pedir trabajo por primera vez en la vida, con las notas del primer cuatrimestre como referencia de mis capacidades, lo que muy obviamente no dio resultado, pero me hizo darme cuenta que no tenía miedo. Era más grande mi sed de independencia económica y mi orgullo, que cualquier otra cosa. Buscar trabajo me obligó a tener la mente clara y un norte fijo. Para sorpresa propia, sabía qué quería y sabía trabajar para lograrlo.

Cuando mi papá y yo hablamos sobre la carrera que quería estudiar, el fue muy claro y me dijo, “estudie algo que le de de comer, para que nunca tenga que depender de nadie más”. Hasta el día de hoy le agradezco sus palabras y el ejemplo de una vida de trabajo incansable.

Les agradezco a ambos que me educaran con un amor absoluto al trabajo y le agradezco a la vida el que siempre haya podido trabajar en lo que amo y amar mi trabajo.

Efectivamente estudié algo que me dio de comer siempre. A mi y a mi familia. Además, le perdí el miedo a crecer profesionalmente, fui cosechando éxitos poco a poco, haciéndome un nombre por mi misma y reinventando mi profesión para ajustarme a las necesidades del mercado laboral, lo que hizo que nunca perdiera vigencia y que desarrollara una serie de habilidades y conocimientos en todas las áreas de mi profesión.

Como decía Walt Disney: “A los hijos hay que educarlos con un poco de hambre”.

Mis hijas nunca me han visto ociosa, aunque no hubiera una necesidad económica imperiosa, siempre he trabajado y se que, al igual que yo tuve ese maravilloso ejemplo de mis padres, ellas lo tienen de mi.

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Tengo 22 años. Trabajo tiempo completo y estudio por las noches desde hace cuatro años y la mitad de mi salario lo uso para pagar cosas en la casa de mi mamá. Pago el teléfono, la televisión por cable, mi ropa, el gimnasio, mi comida y por supuesto mis salidas. Mi papá me paga la Universidad, cosa que le agradezco hasta el día de hoy.

Son las 11:30 de la mañana y recibo una llamada de mi mamá.

“En esta casa, la empleada no trabaja para vos, así que si querés almuerzo, pasá por algo al supermercado y te lo cocinás”.

Cuelgo el teléfono.

No me doy cuenta de cuando me subo a mi carro. Manejo como si estuviera anestesiada. Paro porque el semáforo está en rojo. De repente escucho mis pensamientos. Con una frialdad absoluta, pienso en llegar a la casa, agarrar un cuchillo de la cocina y matar a mi mamá.

El semáforo aún no ha cambiado de rojo a verde cuando decido que eso de la cárcel probablemente no me va a gustar.

Matar a mi mamá es lo de menos, pero vivir encerrada, mejor no.

¿Cómo se llamaba la terapeuta de mis 14 años?

En la esquina siguiente doy vuelta y me devuelvo a mi oficina. Consigo el número y llamo a la sicóloga, que inmediatamente me da una cita.

Tengo mucho que decir y a pesar que se que para sanar me voy a tener que meter de cabeza en un pozo de mierda, esta vez lo voy a hacer voluntariamente. Yo por mí.

Esa llamada le salvó la vida a mi mamá.

4 años de terapia seguida me salvaron la vida.

Fast Forward.
Estoy recién divorciada. Es viernes y nosotros siempre hacíamos Shabat en familia. Mis hijas otra vez me piden que por favor hagamos cena ese día.

Me aterrorizo.

No quiero cocinar.

YO no quiero cocinar, cuando la cocina para mi ha sido siempre un enorme orgullo y un placer gigante. Dar de comer a los míos es una de mis mayores demostraciones de amor.

Mis niñas me ruegan que por favor no perdamos eso.

Las dos se me abrazan y me dicen que aunque yo sienta que no estamos completas, si lo estamos.

Que somos una familia pequeñita de 3.

Lloramos abrazadas.

Llamo a mis hermanos y los invito. Todos dicen que sí.

Mis hijas y yo vamos al supermercado y hacemos una compra de puras cosas deliciosas para cocinar para la cena y para volver a llenar NUESTRA despensa, que huele riquísimo.

Cocinamos juntas y les enseño todo lo que puedo sobre lo que yo fui aprendiendo a lo largo de mi camino en la cocina. Verlas como aprenden de mi mano y como cada una va desarrollando un estilo propio y ese mismo amor que siento yo por la cocina, me da un enorme placer.

Forward.
Tengo 26 años. Es una de mis últimas citas con mi sicóloga. Ella me dice que el trabajo que he hecho es extraordinario. Me dice que el abuso no se refiere únicamente a lo físico y que el abandono emocional y la negligencia también lo son.

Me dice que no soy ni tonta ni vaga, ni superficial.

No soy tonta.

No soy superficial.

No soy vaga.

Ocho años de trabajo constante y de independencia total, deberían habérmelo probado, pero las palabras y las frases que nos repiten por mucho tiempo, se vuelven parte de nuestro lenguaje permanente.

Lloro mucho. Lloro como si tuviera 12 años otra vez.

Con el rabillo del ojo veo algo en la otra esquina del sillón.

La Irenita de 12 años está ahí sentada. Solita en su esquina, abrazada a ella misma, peinada con la media cola de siempre.

Ya no va a estar sola, triste ni asustada.

Ahora me tiene a mi.

La abrazo y hacemos las paces.

Se deja abrazar y mi corazón brinca de alegría.

Las dos nos reconciliamos con mis papás y un pasado que queda como un recuerdo que nos marca de por vida, pero que nos obliga a dar las gracias por lo aprendido. Los perdonamos y los amamos ya bajo nuestras propias condiciones. La Irene adulta agradece por el recurso propio de tomarlo todo como experiencia. La Irene niña, agradece por la adulta en la que se convirtió.

Forward
Tengo 35 años. Son las 5 de la tarde y mi mamá me llama de urgencia con voz de pánico. Tiene una cena en su casa y no sabe qué cocinar. Me dice que como yo cocino delicioso soy la única que la puede ayudar.

Pienso que en definitiva, lo que no te mata te hace más fuerte.

Con enorme placer le dicto alguna de mis recetas por teléfono y me agradece como si yo fuera una chef consumada.

Lo que son las cosas.

Pausa.
Continuará.