“Que mal me cae Fulana”, me decía una conocida
hace un tiempo, refiriéndose a una persona que conocemos ambas. Me sorprendió un poco el comentario y quise
saber el porqué de su opinión. “No sé.
Yo la verdad no la conozco mas que de vista”, me dijo, “pero me han dicho que
es insoportable …”
“¿Te enteraste que Sutano y
Perenceja se están divorciando?, andan diciendo que ella le puso los cuernos
con…” Comentaba alguien en una fiesta.
Y en una mesa de tragos : “¿Viste
que los Fulanos andan con un carro viejísimo?, Eso les pasa por andar jugando
de lo que no son. Ahora se quedaron sin nada. Que vergüenza debería darles…”
El chisme es uno de los deportes
favoritos de la población mundial y una de las cosas que en un segundo puede
tirar la reputación de una persona al piso, donde en lugar de ayudarla a
levantarse, muchos sienten un gusto morboso por hacer leña del árbol caído.
¿Por qué nos gusta tanto hablar de
los otros y más aún, por qué de alguna forma hay tantas personas que aman la
desgracia ajena?
En televisión hay decenas de
programas que toman los conflictos mas íntimos y los cuentos mas escabrosos de
otras personas, para entretener a su audiencia y los ventean como banderas. Y
esta audiencia se cuenta por miles de millones en los ratings de esos canales.
Mercadeo a costas de la vida de los
demás.
Al público no le importa si son
casos de la vida real o si son inventados. Si las lágrimas son reales o de
cocodrilo. No le importa si los
problemas se solucionan o no. No le importa quien sale permanentemente dañado o
si se señala a alguien injustamente. Solo disfruta del dolor ajeno, del chisme
desatado y de ese delicioso saborcito de victoria con el que ven como lo que
viven los demás es peor que lo que viven ellos. Como si fuera el Coliseo Romano, se sientan a
vitorear al que creen meritorio o a abuchear a quien creen culpable. Es un placer cargado de culpa pero difícil de
dejar.
“Es más fácil ver la paja en el ojo
ajeno que la viga en el propio”, es el dicho que aplica a la perfección. Los demás y sus cosas son perfectos
distractores de nuestros propios y a veces pesados asuntos personales y
cualquier cosa que estemos pasando tiene la capacidad de hacerse mínima cuando
la comparamos con el caso de alguien más.
En mi familia siempre detestamos
los chismes, porque las historias propias eran por mucho, mucho mas
interesantes. Ni mi papá, ni mucho menos
mi mamá tenían tiempo que perder fijándose en lo que hacían, decían o en cómo
vivían los demás y así me crié yo. Es
tal vez por esta práctica de no meter las narices donde no nos invitaban
directamente, que los cuentos me llegan cuanto ya son noticia vieja. Es también la razón por la que prefiero mil
veces formarme mi propia opinión acerca de las otras personas. Esto me ha permitido descubrir en muchísima
gente, de las más variadas procedencias e historias de vida, atributos
maravillosos, dulzura, afinidad, empatía y fuente inagotable de amistad. Y aunque en más de una ocasión he caído en
las redes de un jugoso cuento ajeno, trato en general de mantenerme al márgen.
Los chismes son como esa bola de
nieve que rodando por la ladera nevada arrasa con todo lo que se le ponga al
paso y una vez que empieza a rodar es casi imposible pararla.
Los peores chismosos que he
conocido, se transforman en seres virulentos y sin tomarse el tiempo mínimo
para constatar sus historias o para medir la consecuencia que sus palabras
tengan con respecto a los otros y a ellos mismos, se dejan llevar por esa sed
de crear drama, de dividir y vencer, de ponerse a ellos mismos como los jueces
intachables y siempre inocentes.
Hace muchos años, un supuesto amigo
me estaba hablando pestes sobre alguien cercano a ambos. Después de escucharlo
por un tiempo, lo detuve en su diatriba y le dije que no quería escucharlo mas. Le dije también que tenía que cuidarse mucho
de lo que hablaba porque, el que habla mal con uno sobre alguien mas, va a
hablar mal de uno con los demás. No me
sorprendió demasiado que el “amigo” en cuestión corrió donde la persona de la
que tan mal me había hablado, y dándole vuelta a la historia, le dijo todo lo
que el había hablado como si lo hubiera dicho yo… la otra persona le creyó a el
y solo después de llevarse una seria decepción propia, por el mismo tema, cortó
esa relación. Al final yo quedé con la
conciencia en paz y ellos dos quedaron con mi eterna desconfianza.
Mi abuelo materno decía, con una
sabiduría muy práctica, que cada quien hace de su panza un tambor y de su culo
un pito (perdonen el exquisito francés) y yo concuerdo al 100% con el. En el tanto y cuanto el que está viviendo una
circunstancia específica, no sea quien me la cuente, nada hago yo invadiendo su
privacidad y mucho menos, emitiendo un juicio sin saber de que hablo. No tengo ningún derecho de opinar sobre
nadie, si no estoy en sus zapatos y eso me da la potestad de exigir lo mismo
con respecto a mi.
Los reality shows, los cuentos y
chismes de los demás pueden ser muy divertidos, pero no perdamos la
perspectiva. Solo son la historia de
alguien más y lo lógico sería que la nuestra fuera tan intensa, tan compleja,
tan viva y llena de matices, que cualquier otra perdiera interés.
Sócrates, uno de los pilares
fundamentales de la filosofía mundial, tenía una fórmula sencilla e infalible
para evitar escuchar o ser parte de algún chisme. Acá la resumo:
Si no sabes si es verdad,
si no es ningún buen comentario
acerca de la otra persona,
si no es útil comentarlo,
no metas tu nariz porque no te incumbe.