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jueves, 27 de agosto de 2015

No te metas

 “Que mal me cae Fulana”, me decía una conocida hace un tiempo, refiriéndose a una persona que conocemos ambas.  Me sorprendió un poco el comentario y quise saber el porqué de su opinión.  “No sé. Yo la verdad no la conozco mas que de vista”, me dijo, “pero me han dicho que es insoportable …”

“¿Te enteraste que Sutano y Perenceja se están divorciando?, andan diciendo que ella le puso los cuernos con…” Comentaba alguien en una fiesta.

Y en una mesa de tragos : “¿Viste que los Fulanos andan con un carro viejísimo?, Eso les pasa por andar jugando de lo que no son. Ahora se quedaron sin nada. Que vergüenza debería darles…”

El chisme es uno de los deportes favoritos de la población mundial y una de las cosas que en un segundo puede tirar la reputación de una persona al piso, donde en lugar de ayudarla a levantarse, muchos sienten un gusto morboso por hacer leña del árbol caído.

¿Por qué nos gusta tanto hablar de los otros y más aún, por qué de alguna forma hay tantas personas que aman la desgracia ajena?

En televisión hay decenas de programas que toman los conflictos mas íntimos y los cuentos mas escabrosos de otras personas, para entretener a su audiencia y los ventean como banderas. Y esta audiencia se cuenta por miles de millones en los ratings de esos canales.

Mercadeo a costas de la vida de los demás.

Al público no le importa si son casos de la vida real o si son inventados. Si las lágrimas son reales o de cocodrilo.  No le importa si los problemas se solucionan o no. No le importa quien sale permanentemente dañado o si se señala a alguien injustamente. Solo disfruta del dolor ajeno, del chisme desatado y de ese delicioso saborcito de victoria con el que ven como lo que viven los demás es peor que lo que viven ellos.   Como si fuera el Coliseo Romano, se sientan a vitorear al que creen meritorio o a abuchear a quien creen culpable.  Es un placer cargado de culpa pero difícil de dejar.

“Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio”, es el dicho que aplica a la perfección.  Los demás y sus cosas son perfectos distractores de nuestros propios y a veces pesados asuntos personales y cualquier cosa que estemos pasando tiene la capacidad de hacerse mínima cuando la comparamos con el caso de alguien más.

En mi familia siempre detestamos los chismes, porque las historias propias eran por mucho, mucho mas interesantes.  Ni mi papá, ni mucho menos mi mamá tenían tiempo que perder fijándose en lo que hacían, decían o en cómo vivían los demás y así me crié yo.  Es tal vez por esta práctica de no meter las narices donde no nos invitaban directamente, que los cuentos me llegan cuanto ya son noticia vieja.  Es también la razón por la que prefiero mil veces formarme mi propia opinión acerca de las otras personas.  Esto me ha permitido descubrir en muchísima gente, de las más variadas procedencias e historias de vida, atributos maravillosos, dulzura, afinidad, empatía y fuente inagotable de amistad.  Y aunque en más de una ocasión he caído en las redes de un jugoso cuento ajeno, trato en general de mantenerme al márgen.

Los chismes son como esa bola de nieve que rodando por la ladera nevada arrasa con todo lo que se le ponga al paso y una vez que empieza a rodar es casi imposible pararla. 

Los peores chismosos que he conocido, se transforman en seres virulentos y sin tomarse el tiempo mínimo para constatar sus historias o para medir la consecuencia que sus palabras tengan con respecto a los otros y a ellos mismos, se dejan llevar por esa sed de crear drama, de dividir y vencer, de ponerse a ellos mismos como los jueces intachables y siempre inocentes.

Hace muchos años, un supuesto amigo me estaba hablando pestes sobre alguien cercano a ambos. Después de escucharlo por un tiempo, lo detuve en su diatriba y le dije que no quería escucharlo mas.  Le dije también que tenía que cuidarse mucho de lo que hablaba porque, el que habla mal con uno sobre alguien mas, va a hablar mal de uno con los demás.  No me sorprendió demasiado que el “amigo” en cuestión corrió donde la persona de la que tan mal me había hablado, y dándole vuelta a la historia, le dijo todo lo que el había hablado como si lo hubiera dicho yo… la otra persona le creyó a el y solo después de llevarse una seria decepción propia, por el mismo tema, cortó esa relación.  Al final yo quedé con la conciencia en paz y ellos dos quedaron con mi eterna desconfianza.

Mi abuelo materno decía, con una sabiduría muy práctica, que cada quien hace de su panza un tambor y de su culo un pito (perdonen el exquisito francés) y yo concuerdo al 100% con el.  En el tanto y cuanto el que está viviendo una circunstancia específica, no sea quien me la cuente, nada hago yo invadiendo su privacidad y mucho menos, emitiendo un juicio sin saber de que hablo.  No tengo ningún derecho de opinar sobre nadie, si no estoy en sus zapatos y eso me da la potestad de exigir lo mismo con respecto a mi.

Los reality shows, los cuentos y chismes de los demás pueden ser muy divertidos, pero no perdamos la perspectiva.  Solo son la historia de alguien más y lo lógico sería que la nuestra fuera tan intensa, tan compleja, tan viva y llena de matices, que cualquier otra perdiera interés.

Sócrates, uno de los pilares fundamentales de la filosofía mundial, tenía una fórmula sencilla e infalible para evitar escuchar o ser parte de algún chisme. Acá la resumo:        

Si no sabes si es verdad,
si no es ningún buen comentario acerca de la otra persona,
si no es útil comentarlo,
no metas tu nariz porque no te incumbe.




viernes, 21 de agosto de 2015

Solo queda el recuerdo

Recuerdo como si fuera hoy de mi primer día en el kinder.  Era tempranito en la mañana y cuando llegué, mis nuevos compañeros estaban haciendo una ronda en el jardín.  Al entrar yo, una de ellos se volvió a verme. Tenía unos ojos verdes preciosos, pero su mirada fué muy poco amistosa.  Yo entré en pánico. 

Teníamos 4 años.

No logré calzar en la clase, mis compañeros se dieron cuenta que me sentía insegura y empezaron a molestarme.  Yo no sabía defenderme y al pasar el tiempo, la situación se puso cada vez peor, con el agravante de que mis papás optaron por creer que lo que poco que yo me atrevía a contar, era mentira o exageraciones.  Así, me fuí convirtiéndo en una niña triste, retraída, callada y solitaria.

La indiferencia de mi núcleo mas cercano ante lo que me estaba pasando, era total.  Cuando le decía a mi papá, su respuesta era que yo era hipersensible y que tenía que aguantar porque al final todo eso me iba a hacer fuerte.  Mi mamá simplemente miraba al otro lado.  Los profesores decían que lo que yo contaba no era cierto y que no fuera “acusetas”.

Nunca se gestionó una reunión con el colegio. Mucho menos con los otros padres.

Mientras tanto, el maltrato verbal pasó a la agresión física, trascendió a otros grupos del colegio y llegó a cosas como que muchachos mayores me arrebataran la merienda, la escupieran y me la volvieran a dar para que me la comiera.

No quería ir a la escuela nunca e ideé diferentes mecanismos para hacerles creer a mis papás que constantemente estaba enferma.  Aprendí a provocarme ataques de tos, llegué a tomar pastillas desconocidas para enfermarme y permanentemente inventaba síntomas y dolores.  Mis notas sufrían por todo esto y cuando mi familia se daba cuenta que yo en realidad no estaba enferma, me tachaban de mentirosa, insegura, vagabunda, tonta y superficial.

Hace unos años, una señora, mamá de un estudiante del mismo colegio en ese tiempo, me contó que yo me acercaba a su carro en las mañanas y le suplicaba que me llevara de ahí. Yo no me acuerdo de esto, pero si recuerdo la sensación de estar completamente sola en el mundo y de una desprotección absoluta.

No fué sino hasta que ya sucedió un incidente de agresión verbal de violencia enorme, que hizo que me paralizara por completo y que por primera vez sufriera una ataque de pánico incontrolable, cuando mi mamá fue a mi clase y puso en evidencia a las personas que durante años me habían maltratado.

Al final de ese mismo año me pasaron de colegio.

Mucha agua ha pasado bajo este puente. 

Todos crecimos y maduramos. Mis excompañeros y yo hemos hablado mucho del tema. Hemos hecho las paces. Somos amigos. Puedo recurrir a ellos cuando tengo un problema y ellos pueden hacer lo mismo conmigo. Han sido parte de mis alegrías y han estado para mi en mis momentos difíciles.  Algunos de sus hijos coinciden en los grupos de mis hijas y son amigos.

Aunque podría sonar como una excusa y ninguna forma de maltrato es aceptable, yo puedo entender ahora, después de muchas conversaciones, que los que me lastimaron, tampoco la pasaban muy bien, ya fuera por lo que vivían en sus casas o por lo que también vivían en la clase.  Todos sabemos que eso efectivamente no es una excusa para lo que yo sufrí.  Pero ya como adulta y mamá he pensado mucho en cuán diferente podría haber sido nuestra historia si tanto nuestros padres, como el colegio, hubieran prestado atención, escuchado atentamente a lo que pasaba en nuestro grupo y tomado cartas en el asunto.

Porque no pasaba solo conmigo, no pasaba solo en mi clase y continúa pasando.

A diferencia de lo que se vivió en mi época, el bullying de hoy, trasciende las fronteras de los colegios y se ha adueñado también de los medios virtuales, destrozando las vidas de muchas personas gracias al inmenso potencial de alcance que tiene y de la certeza que tienen los que son acosados y agredidos, de que el maltrato no acaba al salir del centro estudiantil. 

Ningún niño o adolescente está exento de ser víctima y más de uno se convierte en victimario por pura presión social. 

¿Dónde empieza nuestra responsabilidad como adultos y padres?

¿Qué podemos y debemos hacer al respecto?

A los niños que son maltratados les da pavor que los adultos intercedan por ellos, porque saben que eso usualmente resulta en un maltrato mayor.  Pero de cualquier forma, debemos prestar atención y tomar acción.

Efectivamente hay niños más sensibles que otros, pero si un niño dice constantemente que no se siente a gusto en su grupo, si no habla nada positivo de sus compañeros, si se lo nota retraído o angustiado con respecto al colegio, si no tiene ni un amigo en quien contar, inmediatamente se debe tratar de profundizar en el tema.  

Hablar con ellos y escucharlos seriamente es básico.

Debemos establecer y sostener una estrecha relación con el equipo de profesores y sicólogos del lugar de estudio, para mantenerlos enterados en caso que algo suceda y para estar al tanto nosotros también.  El centro educativo debe ser puente entre los padres para que la comunicación sea frecuente, viable y conciliadora.

Como padres, tenemos que ser objetivos con respecto a nuestros hijos, porque si bien es cierto, a nadie le gusta escuchar que su hijo agrede o maltrata a otro, es nuestra obligación moral revisar su comportamiento y corregirlo si efectivamente está maltrando a alguien mas. 

No es suficiente criar bien a los hijos. Es necesario educarlos para que hagan el bien. 

Esto va más allá de no agredir.  Debemos educarlos para que si saben que alguno de sus compañeros o un estudiante ajeno a ellos esta siendo maltratado, salgan en su defensa. 

Si se quedan callados, son cómplices del maltrato.

Es de vital importancia fortalecer a nuestros hijos en sus cualidades y reforzarlos para que sean capaces de enfrentarse al “Bully” en una forma asertiva.  A veces la mejor forma de desarmar a quien nos maltrata es ponerlo en evidencia.  Preguntarle por qué hace lo que hace.  Preguntarle cuál es su intención frente a los demás, y demandar su respuesta.   

Pero ante todo, estamos en la obligación de ser los adultos de la situación y en darle a nuestros hijos la absoluta seguridad de que no somos indiferentes ante lo que ellos viven.  Hacerlos entender que aunque todos tenemos problemas, ser agredido es grave, nadie lo merece y se le debe poner un alto.

Cuando decidí inscribir a mi hija en aquel colegio del cual salí huyendo, tuve la primera conversación cara a cara con aquella compañera de ojos verdes, después de mas de 18 años.  Ella empezó la conversación.  Me dijo que si alguien le hiciera a sus hijos lo que ella me hizo a mí, ella mataría.  Yo le contesté que esperaba que eso nunca fuera necesario y que ya éramos adultas. Pero también le dije que la piel que tengo hoy es la misma que tenía mientras fui su compañera y que a pesar de que hacía mucho tiempo había perdonado, lo que viví me había marcado para siempre.

Yo se que a todos nos marcaron esos años.  Hoy tenemos una sensibilidad distinta.  Se que de haber habido una intervención a tiempo por parte de los adultos involucrados en nuestras vidas, hubiéramos descubierto que eran muchas mas las afinidades que nos unían que las diferencias que nos separaron. 

Hoy somos amigas y de la niña triste, retraída, callada y solitaria, solo queda el recuerdo.

viernes, 14 de agosto de 2015

Ya

Vivimos inmersos en la volatilidad y la prisa.

Queremos todo ya.

Todo menos lo que requiere que bajemos la cabeza y las revoluciones, abramos el corazón y tengamos humildad.

No son pocas las personas que se van de un momento a otro.  Es cada vez mas frecuente, ahora que estamos "grandes", recibir la triste noticia de que alguien conocido falleció.  Aún así, cuando lo único seguro que tenemos en la vida es la muerte, y aunque pocas veces tenemos el privilegio de saber cuando nos toca, ¿cuántas veces hemos mantenido abierta alguna herida que abrimos en alguien más?, ¿cuántos de nuestros errores seguimos sin enmendar?, ¿cuántas veces hemos dejado de pedir perdón a tiempo, de dar las gracias o de decirle "te amo" a quien nos ama incondicionalmente?

¿Por qué nos cuesta tanto enfocarnos un poco más en conciliar, en avanzar y cerrar capítulos, en hablar a tiempo, en decir lo que sentimos sin lastimar, en dejar pasar lo que no nos sirve, para vivir en paz y sin tanta carga emocional?

¿Será acaso que el enojo, la tristeza, y la sensación de vacío son el motor que nos mueve a seguir en un pleito constante con una vida que nosotros mismos nos hacemos complicada y que al no conocer otra cosa nos da pánico vivir en paz?

Yo viví mucho tiempo muy enojada. Con la vida, con mi situación sentimental, con mi pasado.  Fue únicamente al atreverme a accesar lo más profundo de mi alma y a quitarme la máscara ante mi misma, cuando me di cuenta que no era enojo lo que tenía.  Era tristeza, soledad, frustración y dolor. Estaba tan totalmente desconectada de mi misma, que era como un cable eléctrico haciendo cortocircuito permanentemente.

El enojo había sido ese motor que me mantenía funcionando pero que la vez me impedía avanzar.

Un día me di cuenta de lo agotada que estaba y de como cada vez quedaba más drenada y dejé de pelear. En lugar de eso, empecé a conectarme con lo que realmente sentía y a expresarlo coherentemente y pasó algo muy interesante.

Mi marido no supo qué hacer.

Nos divorciamos un año después. El enojo era la única forma de pasión que quedaba.

Después de eso, pocas veces me enojo y cuando lo hago, usualmente me devuelvo a analizar si en realidad lo que siento es esa emoción o si por el contrario, solo está enmascarando alguna mas profunda y dolorosa que no quiero enfrentar.

Esto ha hecho que me tenga que tomar el tiempo para reflexionar antes de hablar; que sea concisa al decir lo que me pasa y lo que siento y que lo pueda transmitir asertivamente.  Que sea más fácil la comunicación porque siempre pongo en primer lugar la posibilidad de conciliación.

Creo que debemos ser lentos para emitir juicios.

Para permitirnos llegar a decir, pensar o hacer cosas que si estuviéramos conectados con nosotros mismos nunca haríamos.

Para hacer del enojo nuestro motor.

Y por el contrario, debemos ser rápidos para dar todo el amor que podemos YA.  Para llevar alegría y risa a quienes podamos YA.  Para ser felices YA.  Para sentirnos orgullosos de lo bueno que hacemos y hacer las cosas todavía mejor YA.  Para perdonar y perdonarnos YA.  Para hablar de lo que haya que hablar YA, porque mañana no sabemos si podremos decir lo que no dijimos, ayudar al que no ayudamos, abrazar al que no abrazamos y decir cuanto amamos al que no se lo dijimos a tiempo.

Todo esto YA porque la vida es corta y no espera.

jueves, 6 de agosto de 2015

La felicidad en pelotas.

Costa Rica se ha vuelto un destino turístico altamente buscado por los que practican yoga. Casi en todas las playas de este maravilloso país, hay hoteles que ofrecen una enorme gama de amenidades, cursos y estilos de hospedaje, orientados siempre a esta saludable práctica.

Una de las playas a la que a veces voy con mis hijas, colinda con un hotel que constantemente hospeda grupos de gente en ese tipo de retiros.

Hemos visto bastante de todo.  Grupos enteros de personas bailándole al sol al atardecer, gente que danza alrededor de fogatas cantandole a la luna, yoguis en posturas complicadísimas y demás.

Nos ha tocado ver a las ocasionales “topless” y les he dado a las niñas (cuando eran mas pequeñas), la explicación de rigor sobre que uno no anda así por las playas o la vida.

En una de esas vacaciones, estábamos en el mar y de repente mi hija menor, con cara de espanto, sorpresa y vergüenza, me grita que hay dos mujeres completamente desnudas metiéndose al mar. Efectivamente, después de pedirle al cielo que las mujeres en cuestión no hayan escuchado el grito, constato lo que me dice y me quedo por unos segundos viendo como sin ninguna reserva, sin ningún miedo al qué dirán y con total libertad, las mujeres se meten tranquilas en las olas como D-os las trajo al mundo.

En ese momento pienso que las posibilidades de que yo, aun estando en la confianza más absoluta, en una playa desierta o con mi gente más cercana me atreviera a despojarme, no de mi vestido de baño, sino de mi propia y bastante poco misericordiosa autocrítica, son nulas. Bastante me cuesta a estas alturas de la vida, gracias a los efectos de la gravedad y de los años, quitarme la salida de baño.

Mi hija protesta indignada acerca de cómo se les ocurre a estas mujeres hacer esto frente a los demás.

¡Cómo es posible que no piensen en los otros!

Vuelvo a mirarlas y le pregunto a mi hija que qué es lo que tanto le molesta, con lo cual me gano una mirada asesina de su parte. 
¡¡¡"Están en pelotas Maaa!!!, ¡¡¡EN PELOOOTAAAAS!!!, ¡¡¡eeeewwww!!!!,  ¡¡¡guácala!!!!".

"Carajo", pienso yo, "o debo estarme haciendo vieja o me insolé", aunque no he estado al sol por mas de 2 minutos seguidos.

Pero no. No es eso.

Entonces entiendo que es que me importa un pepino la desnudez de las mujeres en cuestión. Las veo sin fijarme en su falta de ropa y mas bien me llama poderosamente la atención como así, en completa vulnerabilidad física, a vista y paciencia del mundo, son capaces de obviar la opinión que puedan tener los demás de ellas y permitirse disfrutar como les da la gana.

Y entonces hilo todavía un poco más fino. Lógicamente no puedo decir si las nudistas en cuestión son buenas personas, de buenos modales, con valores familiares y morales correctos. No las conozco y si se cruzaran conmigo en la calle, no tendría idea de quienes son. Pero, así desnudas como estaban, sonriéndole a la vida y en paz y armonía con ellas mismas, me hacen reflexionar sobre la cantidad de personas que no desnudan ni siquiera sus dientes para sonreírle a los demás.

Pienso en todos los viven vestidos con capas y capas de disfraces para calzar en una sociedad que a su vez se disfraza de valores tergiversados y doble moral y a la que se le olvida que tu éxito radica en que existís y no en que tenés o en como te ves.

Pienso a la misma vez en lo poco complicado que es desnudar el espíritu y dejarlo brillar.

Que rico es desnudarse de tanta cosa que nos ensucia el camino que tenemos que recorrer. Que rico dejarse ver sin disfraces y sin máscaras y andar por la vida espiritualmente en pelotas.

Mi hija me saca de mi estado filosófico con un grito porque viene una ola que amenaza con revolcarme si no pongo atención.

Las dos mujeres siguen felices en las olas y el resto de los huéspedes del hotel de yoga está en la playa en contemplación meditativa del sol poniente.

¿Donde habré dejado mi salida de baño?


Part deux (segunda parte en exquisito francés). 
Al día siguiente de la historia anterior, fuimos nuevamente a la playa a ver el atardecer. Yo me senté a leer en mi petate de playa y mis hijas, esta vez las dos, se metieron al mar.

Nuevamente aparecieron las dos mujeres del día anterior.

Yo las vi otra vez y di por un hecho que iban al mar desnudas.

Le di gracias a D-os que ya el tema era conocido para mis hijas y que obviamente no se iban a poner tan furiosas...

Lo que no imaginé fue que detrás de ambas mujeres venían aproximadamente 25 hombres y mujeres que en cuanto pusieron pie en la playa se quitaron absolutamente todo lo que llevaban puesto, con lo cual 25 traseros de seres humanos entre los 55 y 70 años, me ocultaron completamente la hermosa puesta de sol.

Tuve que reclinarme a un lado para tratar de ver si mis hijas se habían dado cuenta y efectivamente lo habían hecho.

Aunque tengo 45 años, todavía tengo la vista perfecta y pude ver como a la menor se le transfiguraba la expresión de sorpresa a furia absoluta y a la mayor, se le abrían los ojos como platos.

Los 25 Evas y Adanes en bandada, se metieron al mar gritando algún mantra que por supuesto no entendí, y se enrumbaron a toda máquina justamente hacia donde estaban mis hijas y yo, me paralicé.

No podía hacer nada mas que ver como mis niñas salían como si tuvieran puesto un motor fuera de borda, en completo estado de espanto, indignación y furia y empecé a pedirle a D-os que me diera un ataque de sordera peor que la que ya tengo.

Obviamente no fue así y durante la siguiente hora, escuché y escuché y escuché.

No logré sacar un solo pensamiento filosófico importante.

Ninguno.