Entrada destacada

Click 6

On Mañana cumplo 49 años. Ese número anuncia la inminente llegada de los 50 en tan sólo un año. Estoy tan agradecida con la vida. Tan...

viernes, 14 de agosto de 2015

Ya

Vivimos inmersos en la volatilidad y la prisa.

Queremos todo ya.

Todo menos lo que requiere que bajemos la cabeza y las revoluciones, abramos el corazón y tengamos humildad.

No son pocas las personas que se van de un momento a otro.  Es cada vez mas frecuente, ahora que estamos "grandes", recibir la triste noticia de que alguien conocido falleció.  Aún así, cuando lo único seguro que tenemos en la vida es la muerte, y aunque pocas veces tenemos el privilegio de saber cuando nos toca, ¿cuántas veces hemos mantenido abierta alguna herida que abrimos en alguien más?, ¿cuántos de nuestros errores seguimos sin enmendar?, ¿cuántas veces hemos dejado de pedir perdón a tiempo, de dar las gracias o de decirle "te amo" a quien nos ama incondicionalmente?

¿Por qué nos cuesta tanto enfocarnos un poco más en conciliar, en avanzar y cerrar capítulos, en hablar a tiempo, en decir lo que sentimos sin lastimar, en dejar pasar lo que no nos sirve, para vivir en paz y sin tanta carga emocional?

¿Será acaso que el enojo, la tristeza, y la sensación de vacío son el motor que nos mueve a seguir en un pleito constante con una vida que nosotros mismos nos hacemos complicada y que al no conocer otra cosa nos da pánico vivir en paz?

Yo viví mucho tiempo muy enojada. Con la vida, con mi situación sentimental, con mi pasado.  Fue únicamente al atreverme a accesar lo más profundo de mi alma y a quitarme la máscara ante mi misma, cuando me di cuenta que no era enojo lo que tenía.  Era tristeza, soledad, frustración y dolor. Estaba tan totalmente desconectada de mi misma, que era como un cable eléctrico haciendo cortocircuito permanentemente.

El enojo había sido ese motor que me mantenía funcionando pero que la vez me impedía avanzar.

Un día me di cuenta de lo agotada que estaba y de como cada vez quedaba más drenada y dejé de pelear. En lugar de eso, empecé a conectarme con lo que realmente sentía y a expresarlo coherentemente y pasó algo muy interesante.

Mi marido no supo qué hacer.

Nos divorciamos un año después. El enojo era la única forma de pasión que quedaba.

Después de eso, pocas veces me enojo y cuando lo hago, usualmente me devuelvo a analizar si en realidad lo que siento es esa emoción o si por el contrario, solo está enmascarando alguna mas profunda y dolorosa que no quiero enfrentar.

Esto ha hecho que me tenga que tomar el tiempo para reflexionar antes de hablar; que sea concisa al decir lo que me pasa y lo que siento y que lo pueda transmitir asertivamente.  Que sea más fácil la comunicación porque siempre pongo en primer lugar la posibilidad de conciliación.

Creo que debemos ser lentos para emitir juicios.

Para permitirnos llegar a decir, pensar o hacer cosas que si estuviéramos conectados con nosotros mismos nunca haríamos.

Para hacer del enojo nuestro motor.

Y por el contrario, debemos ser rápidos para dar todo el amor que podemos YA.  Para llevar alegría y risa a quienes podamos YA.  Para ser felices YA.  Para sentirnos orgullosos de lo bueno que hacemos y hacer las cosas todavía mejor YA.  Para perdonar y perdonarnos YA.  Para hablar de lo que haya que hablar YA, porque mañana no sabemos si podremos decir lo que no dijimos, ayudar al que no ayudamos, abrazar al que no abrazamos y decir cuanto amamos al que no se lo dijimos a tiempo.

Todo esto YA porque la vida es corta y no espera.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario