Entrada destacada

Click 6

On Mañana cumplo 49 años. Ese número anuncia la inminente llegada de los 50 en tan sólo un año. Estoy tan agradecida con la vida. Tan...

sábado, 21 de noviembre de 2015

Las promesas de fin de año

En unos días entramos a diciembre.

Este 2015, casi podría jurar que las promesas de mejora y cambio en todos los aspectos de la vida, se incrementaron en, mínimo, 50%, entre los ataques de ISIS, el calentamiento global, los inestables mercados bursátiles, un gobierno peor que inexistente y las permanentes profecías de que en cualquier luna roja, se nos acaba el mundo.

Pero a pesar de todos nuestros miedos juntos, el mundo simplemente continúa girando y yo me pregunto: ¿Qué pasó entonces con todas esas promesas desesperadas, hechas en momentos de absoluta certeza de un fin inminente? ¿Cuáles de esas promesas son realmente sostenibles en el tiempo? ¿Podremos hacer una revisión de lo prometido y siendo completamente veraces con nosotros mismos, cumplir lo mas que se pueda, sin dejar los pelos, la piel y la honestidad en el alambre?

He aprendido a hacer compromisos "cumplibles". Entiendo mis incapacidades mortales y creo que no debería prometer cosas que no me sea absolutamente real poder cumplir. Así prometo tratar de ser mejor persona, tratar de no herir a nadie con mis palabras o actos, ser mejor mamá, mejor pareja, cuidar mis palabras para que sean vehículos de lo positivo incluso en momentos de serio enojo. Prometo que, a pesar de que me cueste, voy a abandonar una batalla en la que aunque tenga la razón, esa razón no llegue en forma positiva al otro. Prometo también respetarme cuando alguien me esté haciendo daño y se niegue a entenderlo. Prometo cerrar las puertas a lo que me lastime y abrirlas de par en par a lo que me hace bien.

Prometo hacer mi mejor esfuerzo para aprender a mantener la boca cerrada cuando lo que vaya a decir no sea constructivo. Prometo prestar más atención a las necesidades de los que amo, prometo hacer mi mejor esfuerzo para ser mas puntual. NO prometo nada que sepa que no puedo cumplir… o sea, prometo mi mejor esfuerzo en todo y de una vez, me disculpo por las veces en las que voy a fallar, porque voy a fallar. Esto esta en mi pobre naturaleza infinitamente lejana de lo divino.

Nos acercamos al 2016 a una velocidad vertiginosa.

Descontamos días del calendario mas rápido de lo que podemos contarlos. Ahora que la vida, o D-os o los Mayas, o Dow Jones nos regalan un poco más de tiempo, ¿que vamos a hacer mejor?, porque no se trata solo de seguir en lo mismo y no se trata tampoco de asumir que como el mundo y la vida continúan, este diciembre, volveremos a la compra desatada de cosas materiales que cubran huecos emocionales que deberíamos cubrir con afecto. No se trata de prometer amor eterno cuando la gasolina emocional tal vez nos de sólo para un mes más. No se trata de prometer cambios radicales en nuestro estilo de vida, ejercicio y alimentación cuando tal vez el tiempo para mantener esta promesa y los medios económicos no den para un cambio tan enorme.

Se trata de ser consecuentes.

Se trata de entrar en contacto con algo más grande que nosotros mismo y entender a la misma vez que no se nos va a juzgar si no prometemos tan en grande y que en el tanto y cuanto nuestros objetivos y promesas no sea autosaboteadores, seremos mejores personas y tendremos mayores posibilidades de cumplir y cumplirnos de acuerdo a nuestras capacidades.

Yo creo en un D-os único, amoroso, paciente. Nos sabe frágiles de voluntad y a veces de recursos pero no por eso nos castiga. Este D-os en el que creo, me hace entender que la promesa mas importante es conmigo y los seres que amo.

Yo voy a cerrar este año con agradecimiento por lo vivido y aprendido. Por los que se quedaron en mi vidas y por los que por una u otra razón se fueron. Voy a ver cuánto coseché de lo positivo que sembré y si la cosecha es poca, si que prometo sembrar más.

Este año que pronto empieza está libre de culpa y pecado. No empecemos prometiendo demasiado en grande, para no terminar echándole culpas que no le corresponden.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Modestia aparte

Han cambiado muchos los tiempos y aunque la brecha generacional no se siente tanto en ciertas cosas en los asuntos del amor, no es una brecha lo que hay entre los adolescentes de ahora y sus padres... Es más bien como la Falla de San Andrés.

Obviamente uno, como mamá o papá, y por más modernos y actualizados que nos consideremos y tratemos de mantenernos, siempre seremos la mamá o el papá, no los amigos y como hoy en día las cosas son radicalmente diferentes a lo que eran cuando teníamos sus edades, cada vez que tratamos de opinar, salimos trasquilados como ovejas.

Así que en las conversaciones sobre el tema, nos mantenemos bastante al margen y hemos aprendido a escuchar y a opinar solo cuando se nos pide, con cautela y medida.

Hablando con una amiga hace unos días, me comentó que una de sus hijas en edad adolescente le había dicho que ya muchas de sus amigas y conocidas “están con alguien”, lo cual es como decir, en nuestra época, que teníamos novio. Se sorprendió que quisiera hablar de esto ella y la escuchó con atención. Se dio cuenta que es un tema que le preocupaba de alguna forma porque en un momento de la conversación, le dijo que no sabía qué iba a amar alguien en ella.

Mi amiga quedó bastante sorprendida y quiso empezar a decirle todas las razones por las que cualquier hombre caería rendido a sus pies, pero su hija la frenó sin que hubiera comenzado.

“No Ma, no me recites todas las cosas que vos, como mi mamá amas de mi. Vos me amas porque sos mi mamá”.

Los que somos padres, amamos a nuestros hijos incondicionalmente y aunque lo hagamos con una buena dosis de realidad y les conozcamos virtudes y defectos, miedos y seguridades, efectivamente las amamos como a nuestra vida y más. Mi amiga, sin saber qué decirle, la dejó que hablara y eventualmente el tema cambió.

Esa conversación me quedó dando vueltas en el pensamiento a mi misma y no había dejado de pensar en cuál sería la respuesta correcta a su pregunta hasta que me cayó de sopetón.

Por supuesto que no tiene nada que ver con lo que nosotros amemos de ellos.

La persona que los ame, va a amar lo que ellos aman de ellos mismos.

Quien nos ame, va a amar lo que amamos de nosotros.

Ni más ni menos.

Es así de fácil y de complicado a la vez, porque usualmente tenemos claro como el agua lo que no nos gusta de nosotros mismos en una lista interminable. No solo lo tenemos claro, si no que vivimos repitiéndonoslo permanentemente como un mantra negativo, para que no se nos olvide y para hacernos menos fácil y menos dulce la vida, pero lo que amamos de nosotros no nos lo decimos a veces ni en un susurro.

Solo la idea de reconocer que nos gusta algo de nosotros mismos nos pone incómodos. No somos capaces a veces, ni siquiera de aceptar un cumplido sin protestar y desacreditarnos frente a quien amablemente nos lo dice.

Y si así le respondemos a los demás, ¿Qué nos decimos cuando estamos solos y nos asomamos al espejo?

Hace un tiempo se hizo un experimento. En la primera parte de este, se convocaba a varias personas y se les pedía que viéndose al espejo, se auto describieran en la mejor forma posible y dijeran qué era lo que veían reflejado al otro lado.

Los resultados fueron realmente tristes. Casi en un 100%, estas auto-descripciones fueron en un tono negativo, despectivo y llegando casi a la crueldad.

En teoría, debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, pero si en la práctica realmente no nos queremos ni un poquito, si vivimos pendientes de gustarle a los otros sin gustarnos nosotros, si insistimos en que nos reafirmen lo buenos que somos, lo lindos que somos, lo eficientes que somos, pero mantenemos un discurso interno totalmente autodetractor, cómo esperamos que alguien mas nos ame y qué es lo que vamos a amar de otra persona si ella o el no sabe lo que ama de si.

No creo en la falsa modestia ni un poquito. La considero uno de los signos mas graves de hipocresía en contra nuestra. Obviamente tampoco creo en andar gritando a los 4 vientos lo maravillosos que somos o en mentirnos diciéndonos que no cometemos ningún error y que somos “la tapa del perol”. Pero he aprendido, (y más de una vez me obligo a hacerlo), a ver y valorar lo que me gusta de mi, lo que me hace diferente, lo que me da un distintivo y me hace interesante para mi misma, antes que para los demás. Disfruto de mi propia compañía, hace muchísimo tiempo dejé de tratar de calzar en una sociedad en la que de una u otra forma me sentía presionada a ser lo que no soy y perdí el miedo al qué dirán.

Sabiendo que me escucho, me cuido muchísimo de lo que me digo en mi discurso interno. Al fin y al cabo, soy lo que pienso y si vivo en una guerra personal y no me amo yo, cómo pretendo que me ame alguien más.

Para cerrar esta Cerebración, les cuento que en la segunda parte del experimento, se invitaba a completos extraños a describir a las personas que tan duramente se habían auto-definido en la primer parte. Lo hicieron con esas personas en frente. Los resultados fueron radicalmente opuestos. Los otros pudieron ver cualidades, atributos y distintivos que ellos no vieron en ellos mismos.

Pero, ¿de qué nos sirve la opinión de alguien mas acerca de nosotros, cuando la nuestra puede ser tan brutal, cuando podemos ser nuestros mas fieros enemigos?

¿Por qué no vernos a los ojos con un poco mas de ternura y agradecimiento?

Dejemos por un rato la modestia a un lado y querámonos sin miedo.

https://www.youtube.com/watch?v=GXoZLPSw8U8