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viernes, 30 de octubre de 2015

Con el corazón derretido

El señor de los helados pasaba todas las tardes frente a mi casa entre la 1 30 y la 2 de la tarde. Yo lo escuchaba desde una cuadra antes, cuando hacía sonar las campanitas del carrito y corría a ver si encontraba las moneditas necesarias para el helado de ese día. A veces, cuando lograba el monto, ya el iba por la esquina de mi casa y tenía que correr cuesta abajo para alcanzarlo.

Cuando era pequeñita, no llegaba al tope del carrito para ver qué helados llevaba Entonces me subía en una de las llantas y me metía casi de cuerpo entero en la nevera hasta encontrar el que quería.

¡Olía tan delicioso esa nevera!

No recuerdo la primera vez que le compré pero si recuerdo el sabor de cada una de esas tardes de sol, viento y risas.

Eramos por lo menos 15 niños y muchachitos en mi barrio. Leo, Alejandra, Ana Cristina, Titi, Jose, Marisol, Maria Jesus, Tony, Claudia, Beatriz, Monica, Mauricio, Rosa Irene, Alejandro, Erasmo… todos amigos y el señor de los helados.

Recuerdo que tenía un acento diferente y que siempre usaba botas de hule sobre el pantalón, pero más que todo, recuerdo la sonrisa y la enorme paciencia que tenía ante la marabunta de niños que se abalanzaban sobre el y el carrito. Nos dejaba desordenarle las cajas de helado y nos ayudaba, probablemente, para que no nos sacáramos los ojos tratando de dejarnos el último helado que había, del tipo que queríamos.

Era parte permanente de nuestras tardes. Pero crecimos y poco a poco esas memorias se diluyeron en el tiempo.

El 2 de octubre de este 2015, mientras esperaba que el semáforo se pusiera en verde, miré a mi izquierda y mi memoria, de golpe, estalló en fuegos artificiales.

El heladero y su carrito estaban a mi lado.

De repente así no más, la niña que aún vive en mi, bajó la ventana del carro y casi en un grito le preguntó hacía cuanto vendía helados. Tenía miedo que la memoria me jugara una de esas bromas y que no fuera el.

“Hace 40 años”, me dijo con ese acento particular.

EL semáforo se puso en verde y el carro de atrás me pitó para que avanzara, así que me despedí y me fui.

Desde esa esquina, hasta la que seguía, avancé con una sensación de completa incredulidad.

Los siguientes 50 metros, fueron una tortura mientras encontraba una esquina donde dar vuelta para irlo a buscar. Lo encontré de nuevo esperando la salida de los niños de un colegio, rodeado de adultos que disfrutaban de sus helados en esa tarde de sol.

En medio de una ciudad con tránsito constante, no es fácil simplemente bajarse del carro, así que lo llamé a mi ventana y le conté en forma muy resumida, cuán precioso era su recuerdo en mis memorias.

Las personas que me veían esa tarde no entendían el porqué de mi felicidad al encontrar las monedas para comprarle nuevamente una paleta de natilla, ni del porqué le pedí que me permitiera tomarle una foto conmigo, pero a esa niña que efectivamente aún vive en mi, ese helado le supo a los mejores recuerdos de su vida. A las tardes felices y a los amigos que trascienden el pasar del tiempo. Al frío soleado de diciembre, a los eneros calurosos, a la libertad que sólo tenemos en la infancia.

Estoy segura que no tiene idea de quien soy.

Estoy convencida que debe tener miles de clientes y que yo solo fui una más. Pero el representa para mi, todas las memorias de una niña feliz que veía el mundo todavía con ojos inocentes. Del aroma de la despreocupación. De nuestras risas infantiles sumergidos de cabeza en la caja fría de ese carrito, buceando nuestro helado favorito. De las conversaciones sobre juegos de escondido, barbies y muñecas, Kickball y bicicletas, sentados en la acera de mi barrio con mis amigos. Del sabor tan familiar del tiempo que de repente dejó de pasar y se detuvo en un helado por el resto de la vida.

sábado, 24 de octubre de 2015

La sociedad perfecta

Tenemos 50 y 50% de acciones en esta empresa que llevamos y por ende tomamos las decisiones juntas.

Aunque yo pueda no estar de acuerdo, ella tiene como filosofía propia escuchar los proyectos que propongo, con paciencia y buen ánimo pero no siempre está de acuerdo con llevarlos a cabo lo que hace que en mas de una ocasión yo entera haga un cortocircuito explosivo. Ella me mira pacientemente sin decirme o explicarme el porqué de su reticencia a dejarme hacer lo que me da la gana y un poco burlona me repite cada vez, "ya vendrá la respuesta a su tiempo". Así, no me queda mas que seguir adelante con carita de “nada paso” aunque me quiera morder los codos.

A veces, con cierta insolencia, me atrevo a llevarle la contraria ante lo que me propone y logro demostrarle que también tengo razón y derecho, que he aprendido muchísimo en esta sociedad que tenemos ella y yo y que aplico ese aprendizaje todos los días y así, la sociedad camina como relojito suizo.

Esta socia mía, que me lleva años luz de ventaja en experiencia, me dio al inicio una serie de herramientas que hoy por hoy me son invaluables en el manejo de nuestra relación laboral.

Me dio sentido de justicia. Me dio algo de inteligencia emocional. Me dio sentido del humor. Me dio la posibilidad de amar sin miedo. Me dio la posibilidad de decir no. Me dio una lucecita interna que puedo encender cuando el camino se pone oscuro. Me dio la posibilidad de ser rebelde ante lo que se me propone, siempre y cuando esa rebeldía tenga sentido. Me dio algo así como una personalidad bastante "todo terreno". Me dio la posibilidad de siempre sacar la experiencia de cada momento. Y me dio la posibilidad de escoger entre siempre ser feliz a pesar de lo que pase o hundirme en el proceso.

Yo a ella le he dado mi pasión absoluta por todo lo que hago. Le he dado la posibilidad de ser vivida con la mayor intensidad. Le he dado mi confianza plena. La he vivido con un permanente sentido de curiosidad. La he vivido sin miedo pero con cautela. Y le he seguido proponiendo proyectos en conjunto constantemente.

Hemos ido creciendo juntas ella y yo.
Siempre de la mano.
Siempre confiando una en la otra.
Porque ella entiende que me necesita tanto como yo a ella.

Es mi vida y soy yo quien la vive.

miércoles, 14 de octubre de 2015

¡¡¡A celebrar carajo!!!

El año antepasado tuve una pesadilla en julio.

Me acuerdo perfectamente del mes en el que fue, porque soñé que era mi cumpleaños pero yo cumplo el primero de octubre. Mi pesadilla fue horrible porque nadie me felicitaba. Desperté angustiada y a pesar que la canción de feliz cumpleaños me daba algo así como "calambre de tímpano", en la mañana llamé a mi mamá, a mis hermanos y a mi mejor amiga y los obligué a cantármela.

Ese mismo año agarré al toro por los cuernos.

Decidí que antes que a alguien se le ocurriera no celebrarme yo iba a celebrarme a mi misma y que para poder disfrutar con todos los que quiero y que me quieren celebraría del primero de octubre al primero de noviembre. Un mes enterito. Decidí ser yo misma la que convocara a todos con los que quiero pasar ese tiempo tan especial y de esta forma evitarme cualquier posibilidad de que alguien quede por fuera.

El año pasado, para hacer las cosas todavía mejor, compré pizza, me hice mi propio pastel y convoqué a toda mi familia y a mis mejores amigos a mi casa para festejar juntos. La pasé mas que divino. Este año, anuncié mi cumpleaños desde el primero de septiembre y elaboré una clarísima lista de como quería festejar, para hacerles la vida mas sencilla a los que efectivamente quisieran pasarlo conmigo. La respuesta fue preciosa. No tengo idea de cuantos me habrán escrito, pero me he sentido como la reina de los "festejos populares" y he disfrutado de cada detalle de mis amigos y familia.

Yo nací feliz. Tengo esa enorme suerte y por ende, siempre estoy celebrando algo. Si el día amaneció lindo, lo celebro, si llueve, también lo celebro. Si mis hijas logran algo importante, lo celebro. Trato de hacer relevantes esos momentos que transforman la monotonía en algo memorable, en un recuerdo dulce y alegre. Busco razones y fechas para hacerlo porque creo que estamos obligados a aprovechar las oportunidades que tengamos y porque se va tan velozmente rápido el tiempo, que cuando nos damos cuenta, los años pasaron y mucho de lo que debió y quienes debieron ser fuente de alegría, de festejo y de compartir con los que uno ama, simplemente pasaron.

Cumpleaños, aniversarios, días del Padre y de la Madre, graduaciones, nuevos trabajos, todo debe ser motivo de alegrías y de reuniones con la gente a la que siempre queremos cerca. Muchos años de mi temprana adultez los pasé en guerra con mis padres, pero no hubo un solo momento meritorio de festejo, en el cualquier barrera interpuesta por el enojo, simplemente cayera. No hubo un solo cumpleaños en el que mis papás dejaran de recibir una tarjeta mía, un regalo y muchos besos. Fue igual de parte de ellos y guardo todas y cada una de esas tarjetas y cartitas como un tesoro invaluable y amado.

La vida siempre nos responde de acuerdo a como la veamos. Si para nosotros lo importante de recordar son las cosas tristes, será eso lo que más tendremos, si al contrario, vemos cada día como una posibilidad de celebración, encontraremos muchos motivos para hacerlo sin importar que tan bueno o malo fue ese día.

Conforme avanzo en edad y al haber perdido a mis padres, abuelos, algunos amigos y familiares, incluyendo mascotas, entiendo mucho más claramente la importancia que tiene el compartir la alegría. Lo que celebramos, lo que nos causa felicidad, lo que nos genera risas en unión de quienes queremos es lo que hace que incluso con el paso imparable del tiempo los recuerdos felices sean los que prevalezcan.

Entiendo claramente que la felicidad es una acción diaria, consciente y voluntaria, así que diaria, consciente y voluntariamente me programo para estar feliz y en la mejor forma en la que puedo, contagiar a los que amo. Por esto, seguiré buscando motivos para celebrar y para seguir construyendo recuerdos que alimenten y nutran a mi alma. Al fin y al cabo quiero que cuando se me recuerde, sea con una sonrisa en el rostro y alguna buena anécdota compartida.

¡Feliz cumpleaños a mi!