Desde que textear se convirtió en la nueva forma de hablar, casi
no nos vemos las caras.
No es algo nuevo para nadie.
Hay cientos de miles de frases, memes, comentarios, críticas
y artículos al respecto.
Tengo “amigos”, a los que no veo físicamente hace años, pero
que de repente aparecen en el chat de facebook o whatsapp y al despedirse me
dicen “qué bueno haberte visto y hablado con vos”.
“Visto y hablado”…
Me sé parte y víctima por decisión propia de este fenómeno
de la comunicación virtual. Mi excusa o
explicación, es que amo socializar y el
medio virtual me da la posibilidad de reconectarme con muchísima gente con la
que de otra forma no tendría contacto. El medio virtual es para mi, una forma
de expresión, de comunicar lo que pienso y de incluso, lograr redes
profesionales. Han reaparecido en mi
vida amigos de infancia, de colegio y trabajo con quienes el cariño se mantiene
y con quienes gracias a este medio retomé la amistad como si nunca nos
hubieramos dejado de ver.
Pero, nada de esto se compara al contacto fisico. Al vernos
en persona. Al abrazo y la conversación frente a frente.
Y es que detrás de una pantalla no se pueden leer los ojos.
No se puede escuchar la entonación de la voz.
No se puede ver la reacción que genera en el otro lo que
decimos.
Detrás de la pantalla la palabra que se escribe como
observación puede ser entendida como crítica desabrida y abrir una brecha que cuesta
mucho cerrar.
Conozco personas que sin medir el impacto que causen, escriben sin pensar, sin comprender el poder de la palabra y más aun, de la
palabra que se escribe y que luego no la borra nadie de la memoria porque queda
grabada para leerla y releerla. Se de
relaciones de mucho amor y hasta de familia, que se fracturan irreparablemente
por no medir lo que se escribe escudado detrás de una pantalla.
Pienso que las relaciones humanas, al volverse virtuales,
terminan desvirtuándose y sin darnos cuenta en lugar de acercarnos, acabamos
mas lejos que nunca, porque detrás de una pantalla, solo nos desconectamos y
listo.
Por eso, reconectémonos.
Saquemos el tiempo para reestablecer el contacto piel con
piel.
Cumplamos con el café, con la copa de vino, con la visita.
Conversemos.
Escuchemos.
Veámonos.
Sintámonos.
Y antes de escribir preguntémonos:
¿Tendríamos el valor de decir frente a frente lo que tan
frescos escribimos, envalentonados al teclado?
¿Usamos la palabra
escrita como un aliciente o como una bala?