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viernes, 29 de mayo de 2015

Detrás de la pantalla

Desde que textear se convirtió en la nueva forma de hablar, casi no nos vemos las caras.

No es algo nuevo para nadie.

Hay cientos de miles de frases, memes, comentarios, críticas y artículos al respecto. 

Tengo “amigos”, a los que no veo físicamente hace años, pero que de repente aparecen en el chat de facebook o whatsapp y al despedirse me dicen “qué bueno haberte visto y hablado con vos”.  

“Visto y hablado”…

Me sé parte y víctima por decisión propia de este fenómeno de la comunicación virtual.  Mi excusa o explicación, es que amo socializar  y el medio virtual me da la posibilidad de reconectarme con muchísima gente con la que de otra forma no tendría contacto. El medio virtual es para mi, una forma de expresión, de comunicar lo que pienso y de incluso, lograr redes profesionales.  Han reaparecido en mi vida amigos de infancia, de colegio y trabajo con quienes el cariño se mantiene y con quienes gracias a este medio retomé la amistad como si nunca nos hubieramos dejado de ver.

Pero, nada de esto se compara al contacto fisico. Al vernos en persona. Al abrazo y la conversación frente a frente. 

Y es que detrás de una pantalla no se pueden leer los ojos.
No se puede escuchar la entonación de la voz.
No se puede ver la reacción que genera en el otro lo que decimos.
Detrás de la pantalla la palabra que se escribe como observación puede ser entendida como crítica desabrida y abrir una brecha que cuesta mucho cerrar.

Conozco personas que sin medir el impacto que causen, escriben sin pensar, sin comprender el poder de la palabra y más aun, de la palabra que se escribe y que luego no la borra nadie de la memoria porque queda grabada para leerla y releerla.  Se de relaciones de mucho amor y hasta de familia, que se fracturan irreparablemente por no medir lo que se escribe escudado detrás de una pantalla.

Pienso que las relaciones humanas, al volverse virtuales, terminan desvirtuándose y sin darnos cuenta en lugar de acercarnos, acabamos mas lejos que nunca, porque detrás de una pantalla, solo nos desconectamos y listo.

Por eso, reconectémonos.
Saquemos el tiempo para reestablecer el contacto piel con piel.
Cumplamos con el café, con la copa de vino, con la visita.
Conversemos.
Escuchemos.
Veámonos.
Sintámonos.

Y antes de escribir preguntémonos:

¿Tendríamos el valor de decir frente a frente lo que tan frescos escribimos, envalentonados al teclado?
¿Usamos la palabra escrita como un aliciente o como una bala?



sábado, 23 de mayo de 2015

La pecera de Alejandro.

La pecera de Alejandro.

Mi hermano Alejandro tenía una pecera y yo tenia 4 años.

No era una pecera cualquiera. Era LA pecera de Alejandro quien me lleva casi 10 años y había invertido mucho pero mucho tiempo y dinero en la pecera en la cual habían aproximadamente 16 peces en 8 parejas. Bellos todos.

También había caracolitos, algas, oxígeno, termostato, comida, una red verde con la que mi hermano agarraba pacientemente los peces cuando limpiaba la pecera y demás cosas que la hacían uno de sus tesoros más sagrados y por la cual yo vivía amenazada todos los días con morir asesinada si me atrevía siquiera a verla.

Si en ese tiempo hubieran existido, Alejandro le hubiera puesto a la pecera, un sensor de movimiento perimetral con una alarma poderosa, sólo para estar seguro de que yo no me iba a acercar ni a un kilómetro de distancia. Como eso no existía, la puso a una altura que consideró suficientemente segura como para hacerme el acceso imposible, sobre un mueble con tres gavetas justo debajo.

Yo era la más pequeña de la casa y nadie se tomaba el tiempo de explicarme nada.
Nada como por ejemplo, que los peces no se aburren en la pecera.
Los peces no se aburren, porque su memoria no sobrepasa los 30 segundos.

Pero a mi nadie me explicó y me preocupaba mucho por la estabilidad mental de los pobres peces a los que veía nadar de un extremo al otro en ESE reducido espacio una y otra y otra vez.

Era completamente injusto.

Yo podía jugar libremente por todo el espacio que tenía en la casa y en el jardín, podía salir y entrar y encender el televisor y los pobres peces no. Ellos tenían que vivir confinados a esa pecera que por supuesto, se les hacía pequeña y aburrida.

Aburridísima.

Como escribí, la pecera estaba en el mueble, justo encima de las 3 gavetas que hacía mucho tiempo, yo abría y creaba una escalera perfecta con el acceso ideal a los peces.

Y en ese mismo mueble, en el cuarto de mi hermano al que yo tenía vedada la entrada, había un televisor.

Y los peces y yo quedabamos solos muchas tardes.
16 peces sumamente aburridos en una pecera que se les hacía pequeña, en un mueble con 3 gavetas que se convertían en escalera, que me permitían llegar a la red que estaba al lado de la pecera.

Una de esas tardes, mi sentido de la justicia fué mucho más fuerte que cualquier amenaza y después de observar a los peces por largo rato, sentada en la cama de mi hermano, que por supuesto había salido, decidí tomar cartas en el asunto.

Encendí el televisor.

¡Oh sorpresa maravillosa!

¡Estaban dando un capítulo nuevo de Bonanza! (Los menores de 40 no hagan ni el intento. La serie era de la época)

Volví al mueble.
Abrí las gavetas como una escalera.
Llegué a la pecera.
Corrí la tapa de vidrio.
Cogí la red.
Saqué pez por pez y los coloqué frente al televisor.

¡Qué felicidad tan enorme!

Todos brincaban de la alegría porque nunca habían visto tele. Pero se cansaron rapidamente y pronto se quedaron dormidos.
Así que los ordené en parejas.
Cerré las cortinas.
Apagué el televisor.
Salí del cuarto y cerré la puerta para que descansaran después de un rato de tanta actividad.
Los dejé haciendo siesta como es lógico y me fuí a jugar…

Creo que hasta el día de hoy NUNCA he escuchado a mi hermano Alejandro gritar tanto como lo hizo cuando volvió a la casa y entro a su cuarto y estoy segura que nunca nadie ha jurado atentar contra mi vida como lo hizo mi hermano ese día.

La cama de mis papás media 2x2 mts, y bajo ella únicamente cabía yo.

Gracias al cielo unicamente cabía yo.




jueves, 21 de mayo de 2015

Cerebremos


Pienso todo el tiempo. Desde muy pequeña tengo una aguda y permanente curiosidad, le presto atención a todo lo que me rodea y siempre escribo lo que pienso. Empecé con un diario que era mi amigo, confidente de mis cosas más secretas a los 14 años. Seguí escribiendo ya como parte esencial de mi trabajo como creativa y continúo haciéndolo hasta el día de hoy. Al escribir organizo el pensamiento. Soy comunicadora y amo contar historias. Soy el personaje principal de mi propia novela, que ha tenido capítulos de capítulos y por ende siempre saco alguna enseñanza. Así que después de mucho tiempo de escribir sobre las cosas que llaman mi atención hoy decido empezar formalmente este blog. Espero, poder transmitirles todo lo que me conmueve, me llena de curiosidad, me da ánimo para seguir adelante, me causa asombro, me motiva y me llena de esperanza y felicidad. Acompáñenme en el camino de esta preciosa vida, de la mano de lo que tengo para cerebrar. Bienvenidos.