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sábado, 23 de mayo de 2015

La pecera de Alejandro.

La pecera de Alejandro.

Mi hermano Alejandro tenía una pecera y yo tenia 4 años.

No era una pecera cualquiera. Era LA pecera de Alejandro quien me lleva casi 10 años y había invertido mucho pero mucho tiempo y dinero en la pecera en la cual habían aproximadamente 16 peces en 8 parejas. Bellos todos.

También había caracolitos, algas, oxígeno, termostato, comida, una red verde con la que mi hermano agarraba pacientemente los peces cuando limpiaba la pecera y demás cosas que la hacían uno de sus tesoros más sagrados y por la cual yo vivía amenazada todos los días con morir asesinada si me atrevía siquiera a verla.

Si en ese tiempo hubieran existido, Alejandro le hubiera puesto a la pecera, un sensor de movimiento perimetral con una alarma poderosa, sólo para estar seguro de que yo no me iba a acercar ni a un kilómetro de distancia. Como eso no existía, la puso a una altura que consideró suficientemente segura como para hacerme el acceso imposible, sobre un mueble con tres gavetas justo debajo.

Yo era la más pequeña de la casa y nadie se tomaba el tiempo de explicarme nada.
Nada como por ejemplo, que los peces no se aburren en la pecera.
Los peces no se aburren, porque su memoria no sobrepasa los 30 segundos.

Pero a mi nadie me explicó y me preocupaba mucho por la estabilidad mental de los pobres peces a los que veía nadar de un extremo al otro en ESE reducido espacio una y otra y otra vez.

Era completamente injusto.

Yo podía jugar libremente por todo el espacio que tenía en la casa y en el jardín, podía salir y entrar y encender el televisor y los pobres peces no. Ellos tenían que vivir confinados a esa pecera que por supuesto, se les hacía pequeña y aburrida.

Aburridísima.

Como escribí, la pecera estaba en el mueble, justo encima de las 3 gavetas que hacía mucho tiempo, yo abría y creaba una escalera perfecta con el acceso ideal a los peces.

Y en ese mismo mueble, en el cuarto de mi hermano al que yo tenía vedada la entrada, había un televisor.

Y los peces y yo quedabamos solos muchas tardes.
16 peces sumamente aburridos en una pecera que se les hacía pequeña, en un mueble con 3 gavetas que se convertían en escalera, que me permitían llegar a la red que estaba al lado de la pecera.

Una de esas tardes, mi sentido de la justicia fué mucho más fuerte que cualquier amenaza y después de observar a los peces por largo rato, sentada en la cama de mi hermano, que por supuesto había salido, decidí tomar cartas en el asunto.

Encendí el televisor.

¡Oh sorpresa maravillosa!

¡Estaban dando un capítulo nuevo de Bonanza! (Los menores de 40 no hagan ni el intento. La serie era de la época)

Volví al mueble.
Abrí las gavetas como una escalera.
Llegué a la pecera.
Corrí la tapa de vidrio.
Cogí la red.
Saqué pez por pez y los coloqué frente al televisor.

¡Qué felicidad tan enorme!

Todos brincaban de la alegría porque nunca habían visto tele. Pero se cansaron rapidamente y pronto se quedaron dormidos.
Así que los ordené en parejas.
Cerré las cortinas.
Apagué el televisor.
Salí del cuarto y cerré la puerta para que descansaran después de un rato de tanta actividad.
Los dejé haciendo siesta como es lógico y me fuí a jugar…

Creo que hasta el día de hoy NUNCA he escuchado a mi hermano Alejandro gritar tanto como lo hizo cuando volvió a la casa y entro a su cuarto y estoy segura que nunca nadie ha jurado atentar contra mi vida como lo hizo mi hermano ese día.

La cama de mis papás media 2x2 mts, y bajo ella únicamente cabía yo.

Gracias al cielo unicamente cabía yo.




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