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jueves, 6 de agosto de 2015

La felicidad en pelotas.

Costa Rica se ha vuelto un destino turístico altamente buscado por los que practican yoga. Casi en todas las playas de este maravilloso país, hay hoteles que ofrecen una enorme gama de amenidades, cursos y estilos de hospedaje, orientados siempre a esta saludable práctica.

Una de las playas a la que a veces voy con mis hijas, colinda con un hotel que constantemente hospeda grupos de gente en ese tipo de retiros.

Hemos visto bastante de todo.  Grupos enteros de personas bailándole al sol al atardecer, gente que danza alrededor de fogatas cantandole a la luna, yoguis en posturas complicadísimas y demás.

Nos ha tocado ver a las ocasionales “topless” y les he dado a las niñas (cuando eran mas pequeñas), la explicación de rigor sobre que uno no anda así por las playas o la vida.

En una de esas vacaciones, estábamos en el mar y de repente mi hija menor, con cara de espanto, sorpresa y vergüenza, me grita que hay dos mujeres completamente desnudas metiéndose al mar. Efectivamente, después de pedirle al cielo que las mujeres en cuestión no hayan escuchado el grito, constato lo que me dice y me quedo por unos segundos viendo como sin ninguna reserva, sin ningún miedo al qué dirán y con total libertad, las mujeres se meten tranquilas en las olas como D-os las trajo al mundo.

En ese momento pienso que las posibilidades de que yo, aun estando en la confianza más absoluta, en una playa desierta o con mi gente más cercana me atreviera a despojarme, no de mi vestido de baño, sino de mi propia y bastante poco misericordiosa autocrítica, son nulas. Bastante me cuesta a estas alturas de la vida, gracias a los efectos de la gravedad y de los años, quitarme la salida de baño.

Mi hija protesta indignada acerca de cómo se les ocurre a estas mujeres hacer esto frente a los demás.

¡Cómo es posible que no piensen en los otros!

Vuelvo a mirarlas y le pregunto a mi hija que qué es lo que tanto le molesta, con lo cual me gano una mirada asesina de su parte. 
¡¡¡"Están en pelotas Maaa!!!, ¡¡¡EN PELOOOTAAAAS!!!, ¡¡¡eeeewwww!!!!,  ¡¡¡guácala!!!!".

"Carajo", pienso yo, "o debo estarme haciendo vieja o me insolé", aunque no he estado al sol por mas de 2 minutos seguidos.

Pero no. No es eso.

Entonces entiendo que es que me importa un pepino la desnudez de las mujeres en cuestión. Las veo sin fijarme en su falta de ropa y mas bien me llama poderosamente la atención como así, en completa vulnerabilidad física, a vista y paciencia del mundo, son capaces de obviar la opinión que puedan tener los demás de ellas y permitirse disfrutar como les da la gana.

Y entonces hilo todavía un poco más fino. Lógicamente no puedo decir si las nudistas en cuestión son buenas personas, de buenos modales, con valores familiares y morales correctos. No las conozco y si se cruzaran conmigo en la calle, no tendría idea de quienes son. Pero, así desnudas como estaban, sonriéndole a la vida y en paz y armonía con ellas mismas, me hacen reflexionar sobre la cantidad de personas que no desnudan ni siquiera sus dientes para sonreírle a los demás.

Pienso en todos los viven vestidos con capas y capas de disfraces para calzar en una sociedad que a su vez se disfraza de valores tergiversados y doble moral y a la que se le olvida que tu éxito radica en que existís y no en que tenés o en como te ves.

Pienso a la misma vez en lo poco complicado que es desnudar el espíritu y dejarlo brillar.

Que rico es desnudarse de tanta cosa que nos ensucia el camino que tenemos que recorrer. Que rico dejarse ver sin disfraces y sin máscaras y andar por la vida espiritualmente en pelotas.

Mi hija me saca de mi estado filosófico con un grito porque viene una ola que amenaza con revolcarme si no pongo atención.

Las dos mujeres siguen felices en las olas y el resto de los huéspedes del hotel de yoga está en la playa en contemplación meditativa del sol poniente.

¿Donde habré dejado mi salida de baño?


Part deux (segunda parte en exquisito francés). 
Al día siguiente de la historia anterior, fuimos nuevamente a la playa a ver el atardecer. Yo me senté a leer en mi petate de playa y mis hijas, esta vez las dos, se metieron al mar.

Nuevamente aparecieron las dos mujeres del día anterior.

Yo las vi otra vez y di por un hecho que iban al mar desnudas.

Le di gracias a D-os que ya el tema era conocido para mis hijas y que obviamente no se iban a poner tan furiosas...

Lo que no imaginé fue que detrás de ambas mujeres venían aproximadamente 25 hombres y mujeres que en cuanto pusieron pie en la playa se quitaron absolutamente todo lo que llevaban puesto, con lo cual 25 traseros de seres humanos entre los 55 y 70 años, me ocultaron completamente la hermosa puesta de sol.

Tuve que reclinarme a un lado para tratar de ver si mis hijas se habían dado cuenta y efectivamente lo habían hecho.

Aunque tengo 45 años, todavía tengo la vista perfecta y pude ver como a la menor se le transfiguraba la expresión de sorpresa a furia absoluta y a la mayor, se le abrían los ojos como platos.

Los 25 Evas y Adanes en bandada, se metieron al mar gritando algún mantra que por supuesto no entendí, y se enrumbaron a toda máquina justamente hacia donde estaban mis hijas y yo, me paralicé.

No podía hacer nada mas que ver como mis niñas salían como si tuvieran puesto un motor fuera de borda, en completo estado de espanto, indignación y furia y empecé a pedirle a D-os que me diera un ataque de sordera peor que la que ya tengo.

Obviamente no fue así y durante la siguiente hora, escuché y escuché y escuché.

No logré sacar un solo pensamiento filosófico importante.

Ninguno.



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