Costa
Rica se ha vuelto un destino turístico altamente buscado por los que practican
yoga. Casi en todas las playas de este maravilloso país, hay hoteles que
ofrecen una enorme gama de amenidades, cursos y estilos de hospedaje, orientados siempre a esta saludable práctica.
Una
de las playas a la que a veces voy con mis hijas, colinda con un hotel que
constantemente hospeda grupos de gente en ese tipo de retiros.
Hemos
visto bastante de todo. Grupos enteros
de personas bailándole al sol al atardecer, gente que danza alrededor de
fogatas cantandole a la luna, yoguis en posturas complicadísimas y demás.
Nos
ha tocado ver a las ocasionales “topless” y les he dado a las niñas (cuando
eran mas pequeñas), la explicación de rigor sobre que uno no anda así por las
playas o la vida.
En
una de esas vacaciones, estábamos en el mar y de repente mi hija menor, con cara
de espanto, sorpresa y vergüenza, me grita que hay dos mujeres completamente
desnudas metiéndose al mar. Efectivamente, después de pedirle al cielo que las
mujeres en cuestión no hayan escuchado el grito, constato lo que me dice y me
quedo por unos segundos viendo como sin ninguna reserva, sin ningún miedo al
qué dirán y con total libertad, las mujeres se meten tranquilas en las olas
como D-os las trajo al mundo.
En
ese momento pienso que las posibilidades de que yo, aun estando en la confianza
más absoluta, en una playa desierta o con mi gente más cercana me atreviera a
despojarme, no de mi vestido de baño, sino de mi propia y bastante poco
misericordiosa autocrítica, son nulas. Bastante me cuesta a estas alturas de la
vida, gracias a los efectos de la gravedad y de los años, quitarme la salida de
baño.
Mi
hija protesta indignada acerca de cómo se les ocurre a estas mujeres hacer esto
frente a los demás.
¡Cómo
es posible que no piensen en los otros!
Vuelvo
a mirarlas y le pregunto a mi hija que qué es lo que tanto le molesta, con lo
cual me gano una mirada asesina de su parte.
¡¡¡"Están en pelotas Maaa!!!, ¡¡¡EN
PELOOOTAAAAS!!!, ¡¡¡eeeewwww!!!!, ¡¡¡guácala!!!!".
"Carajo",
pienso yo, "o debo estarme haciendo vieja o me insolé", aunque no he
estado al sol por mas de 2 minutos seguidos.
Pero
no. No es eso.
Entonces
entiendo que es que me importa un pepino la desnudez de las mujeres en
cuestión. Las veo sin fijarme en su falta de ropa y mas bien me llama
poderosamente la atención como así, en completa vulnerabilidad física, a vista
y paciencia del mundo, son capaces de obviar la opinión que puedan tener los
demás de ellas y permitirse disfrutar como les da la gana.
Y
entonces hilo todavía un poco más fino. Lógicamente no puedo decir si las
nudistas en cuestión son buenas personas, de buenos modales, con valores
familiares y morales correctos. No las conozco y si se cruzaran conmigo en la
calle, no tendría idea de quienes son. Pero, así desnudas como estaban,
sonriéndole a la vida y en paz y armonía con ellas mismas, me hacen reflexionar
sobre la cantidad de personas que no desnudan ni siquiera sus dientes para
sonreírle a los demás.
Pienso
en todos los viven vestidos con capas y capas de disfraces para calzar en una
sociedad que a su vez se disfraza de valores tergiversados y doble moral y a la
que se le olvida que tu éxito radica en que existís y no en que tenés o en como
te ves.
Pienso
a la misma vez en lo poco complicado que es desnudar el espíritu y dejarlo
brillar.
Que
rico es desnudarse de tanta cosa que nos ensucia el camino que tenemos que
recorrer. Que rico dejarse ver sin disfraces y sin máscaras y andar por la vida
espiritualmente en pelotas.
Mi
hija me saca de mi estado filosófico con un grito porque viene una ola que
amenaza con revolcarme si no pongo atención.
Las
dos mujeres siguen felices en las olas y el resto de los huéspedes del hotel de
yoga está en la playa en contemplación meditativa del sol poniente.
¿Donde habré dejado mi salida de baño?
Part deux (segunda parte en exquisito francés).
Al día siguiente de la historia anterior, fuimos nuevamente a la playa a ver
el atardecer. Yo me senté a leer en mi petate de playa y mis hijas, esta vez
las dos, se metieron al mar.
Nuevamente
aparecieron las dos mujeres del día anterior.
Yo las vi
otra vez y di por un hecho que iban al mar desnudas.
Le di
gracias a D-os que ya el tema era conocido para mis hijas y que obviamente no
se iban a poner tan furiosas...
Lo
que no imaginé fue que detrás de ambas mujeres venían aproximadamente 25
hombres y mujeres que en cuanto pusieron pie en la playa se quitaron
absolutamente todo lo que llevaban puesto, con lo cual 25 traseros de seres
humanos entre los 55 y 70 años, me ocultaron completamente la hermosa puesta de
sol.
Tuve
que reclinarme a un lado para tratar de ver si mis hijas se habían dado cuenta
y efectivamente lo habían hecho.
Aunque
tengo 45 años, todavía tengo la vista perfecta y pude ver como a la menor se le
transfiguraba la expresión de sorpresa a furia absoluta y a la mayor, se le
abrían los ojos como platos.
Los
25 Evas y Adanes en bandada, se metieron al mar gritando algún mantra que por
supuesto no entendí, y se enrumbaron a toda máquina justamente hacia donde
estaban mis hijas y yo, me paralicé.
No
podía hacer nada mas que ver como mis niñas salían como si tuvieran puesto un
motor fuera de borda, en completo estado de espanto, indignación y furia y
empecé a pedirle a D-os que me diera un ataque de sordera peor que la que ya
tengo.
Obviamente
no fue así y durante la siguiente hora, escuché y escuché y escuché.
No
logré sacar un solo pensamiento filosófico importante.
Ninguno.
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