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martes, 13 de diciembre de 2016

Click 4: Todas las estrellas están floreadas

On

Rewind.
Tengo 12 años. Hace poco descubrí el “Bookshop”, en San José. Es como un paraíso, lleno de libros en inglés y yo estoy aprendiendo inglés. Un día que estoy por ahí, entro y me pongo a revisar entre los estantes de la librería. Quiero todos esos libros, pero no tengo cómo comprármelos. Si le digo a mi mamá me va a decir que le diga a mi papá que me va a regañar.

Me robo uno.

Nadie se da cuenta y salgo campante de la tienda y sin sentirme culpable. La próxima vez voy a comprar dos. Pasan un par de años y mantengo la misma dinámica. Me robo unos y compro otros.

Forward.
Tengo 39 años. Salí de la casa y me quedé afuera y sin llaves. Solo yo tengo llaves, todas las puertas y las ventanas están cerradas. Mis hijas me ven con cara de frustración. Quiero llorar hasta que veo el balcón.

Esa puerta siempre está abierta.

Siempre hay una puerta abierta.

Rewind
Tengo 6 años. Mi hermano está subido en el techo de la casa, limpiando las canoas. Me quiero subir con el, pero mi mamá me dice que no y me cuenta una historia de cuando ella tenía mi edad y “por andar de traviesa” se cayó de un puente y se lastimó mucho. Me subo al techo, trepándome como un gato por la pared de lajas y ayudo a mi hermano a limpiar las canoas.

Mi mamá no sabe que lo que le pasó a ella, no me tiene que pasar a mí.

Y que lo que ella piensa o siente es sólo de ella y no mío.

Rewind
Tengo 4 años. Mi papá me está enseñando a leer. Estoy sentada en el piso y el en la cama. Poco a poco entiendo las letras y como forman palabras. Mi papá está feliz de enseñarme y yo estoy feliz de aprender con él. Mi papá me dice que los libros siempre le abren nuevas puertas y mundos a uno.

No entiendo muy bien lo que dice.

Forward
Tengo 11 años. Estoy sentada en el techo del último piso de la casa pensando y leyendo. Desde acá veo el paisaje y siento el viento. Me gusta mucho como suena y como se siente el viento en la cara.

Me gusta mucho estar conmigo.

El vecino sale al patio de su casa y me ve. Llama a mi papá que a su vez llama a la casa y mi mamá sale al jardín y me regaña obligándome a bajarme.

La gente grande sí que es miedosa.

Rewind
Tengo 4 años y medio. En mi casa hay un cuarto que está lleno de libros y se llama “El Estudio” es el piso más alto de la casa y casi nunca hay alguien. Mi mami sube conmigo. Me enseña un closet donde están los libros que me deja leer y me enseña toooodo el resto de los libros que no me deja leer porque “soy pequeña”… Hay libros de aventura que son de mi hermano Alejandro, libros con nombres que me cuestan un poco y cuando los digo, mis hermanos y mis papás se ríen de mí. Hay libros que eran de mi hermana Mariana y mi mami dice que esos ya pronto los voy a poder leer. Hay libros que eran de mi mami cuando era pequeña. Esos también ahorita los voy a leer.

Forward.
Tengo 13 años. Otra vez me fue mal en las notas del colegio y mi mamá dice que “como castigo, tengo que hacer inventario de TODOS los libros de El Estudio”. Estoy parada frente a los estantes en los que debe haber un millón de libros. Tengo que agarrar uno por uno y en un cuaderno, apuntar el nombre del libro, el nombre del autor y ponerle un número que también tengo que escribir en el libro.

Lo que mi mamá no me dice es cuánto tiempo tengo que durar, así que de pura rebeldía, agarro los “libros prohibidos” y paso horas leyendo.

Rewind.
Tengo 8 años. Estoy leyendo. Cuando leo, camino por donde los personajes caminan, siento lo que ellos sienten, huelo lo que ellos cuentan que huelen y vivo todo lo que ellos viven.
El libro que estoy leyendo se llama “La cabaña del tío Tom”. Estoy en la cabaña con él cuando llega el capataz y lo golpea. Estoy con el cuándo ese mismo capataz le amarra una roca con una soga al cuello del perro del Tío Tom y sin importarle todo lo que él le ruega, lo tira al río mientras el perro lo ve con ojitos de “ayúdame”.

Yo estoy ahí. Y estoy sufriendo con él. Lloro mucho y nada me consuela.

Pego un brinco cuando mi mamá entra a mi cuarto y vuelvo al mundo real.

No entiendo como los humanos nos hacemos esas cosas.

Me prometo nunca ver a nadie diferente.

Y no.

No es solo un libro.

Para mí, es una lección.

Forward
Tengo 9 años. En mi escuela no la paso nada bien. No quiero ir pero mi papá me regaña y me dice que no puedo ser tan sensible. Que tengo que ser fuerte porque eso “crea carácter”. Todos los recreos me voy a la biblioteca y me voy del mundo.

Mis compañeros me dicen “ratón de biblioteca”.

A mí no me importa.

Los libros siempre me invitan a entrar a un mundo donde puedo vivir sin miedo.

Entiendo lo que mi papá quería decir.

Rewind
Tengo 8 años. Me robé un libro de la biblioteca de mi mamá. El libro se llama “Cómo casarse con un millonario” y es muy divertido. Es domingo y estoy en el club, sola, leyendo con un plato de papas fritas en frente. No me doy cuenta cuando alguien me toma una foto. Unos días después, mi mamá entra en mi cuarto muy enojada y me regaña porque salí en el periódico La Nación leyendo “Como casarse con un millonario”. El título del artículo dice “lo que leen los niños ahora” y dice que leemos cosas que no son para nuestra edad, ¡conmigo como ejemplo!

Qué complicados y enredados son los grandes. No entiendo por qué tienen que hacer un problema por algo que no es cierto.

A mí no me interesa casarme con nadie todavía…

Sólo tengo 8 años.

A mi papá le hace una gracia espantosa la estupidez de la gente.

Me cae bien mi papá.

Forward
Tengo 22 años. Trabajo todo el día y estudio en las noches.

Lo último que quiero cuando llego a mi casa es leer.

Forward.
Tengo 30 años y estoy leyendo “El evangelio según Jesucristo” de José Saramago.

Me trago el libro.

Me voy del mundo. No escucho. No hablo. Solo leo.

Leo escondida en el baño para no despertar a mi esposo leyendo en la madrugada. Leo al desayuno. Leo al almuerzo. Leo. Me parece maravilloso, subversivo, inteligente, retador.
Con cada página, redescubro esa pasión por la lectura y la magia, el poder y el peso que cada palabra tiene en sí misma.

Amo leer y tener extensas conversaciones conmigo misma sobre lo que he leído.

Amo encontrarle nuevos significados a temas que usualmente se dan por sentado.

Amo cuestionarme.

Amo los silencios en los que las palabras se convierten en imágenes mías.

Propias.

Unicas.

Rewind.
Tengo 9 años y estoy triste y me siento sola. No tengo amigas ni amigos en mi escuela. Una de mis profesoras me ha visto muchas veces escondida detrás de un libro. Un día me trae un regalo.

Es un libro que se llama “El Principito”.

Lo abro y veo que mi profesora me escribió algo: “Para mi pequeña amiga Irene, que no se sienta tan sola”.

Forward.
Tengo 45 años y estoy comentando con mi mamá acerca de un libro que ambas leímos. Es increíble cómo nos redescubrimos permanentemente en el lenguaje de la literatura. Cuántas cosas en común, cuántas risas compartidas. Cuánto también, difieren nuestras opiniones acerca incluso de una misma frase. Cuán distinta nuestra visión acerca de un mismo libro y lo que escogemos aprendender de cada uno de ellos. Cuánto amamos esas conversaciones. Son puertas que se abren entre nosotras y a pesar de darme cuenta da las diferencias tan enormes sobre cómo cada una ve las cosas, procesa los temas y vive la vida, nuevamente amo esa posibilidad que únicamente dan las artes plásticas, la literatura y la música de borrar las fronteras y las diferencias y acercar a las personas bajo un mismo lenguaje.

Rewind.
Tengo 32 años. Estoy en la oficina de mi papá. Está llena de libros de medicina. Algunos se ven muy viejos. Se que son sus tesoros. La conversación pasa de la salud a la literatura y me cuenta que está leyendo una serie de un escritor que se llama Noah Gordon. Me pregunta si lo conozco y cuando le digo que no, me dice que en cuanto la termine me la regala.
Siento que una nueva puerta se abre entre mi papá y yo y amo a los libros aún más por darme esta nueva posibilidad.

Forward.
Diciembre 2016. Bajo a desayunar. En la mesa del comedor, un atril siempre ocupado. En las mesas de la sala, varios libros “en fila”. Esta vez estoy leyendo la segunda parte de una trilogía sobre las ciudades más importantes del mundo. Me siento a comer y de repente estoy caminando por París en 1897.

Otra vez un mundo propio.

Otras vez mis propias e inviolables imágenes.

Otra vez el silencio en mi cabeza y esta autocomplicidad tan deliciosa.

Rewind.
Diciembre 2013. Mi mami está enferma. Muy enferma. No se va a curar. Tiene cáncer y se está muriendo. Ella no lo sabe pero lo presiente. Una tarde en la que estoy con ella, me dice que no está viendo bien y que no puede leer. Que ella sin sus libros no es nada. Quiero llorar y abrazarla, pero no puedo porque sospecharía sobre la gravedad de su enfermedad, entonces le cuento sobre el libro que estoy leyendo y la sumerjo en ese mundo que tanto ama, la distraigo y la hago feliz un buen rato.

Mi mamá muere ese mismo diciembre.

Yo ya tengo muchos de sus libros, porque ella me los fue regalando tiempo antes, como su herencia en vida. Y después, entre los hermanos, nos repartimos otros.

¡Qué herencia tan maravillosa!

Atesoro con el alma cada uno de esos libros como si fueran trofeos y cuando los leo, lo hago con una mezcla de profundísimo amor y tristeza al saber que no podré comentarlos con ella, pero sabiendo que entre tanto que heredé de ella, el amor por la lectura es una de las cosas más valiosas. Lo que siempre nos mantendrá juntas y lo que permanentemente abrirá puertas de emoción, amor y felicidad cuando la recuerde.

Todo lo que leo lo hago en su honor y honrando su memoria.

Pausa.
Entre mis libros, me reencuentro con “El Principito”. Leo la dedicatoria en la portada interna. Sigo leyendo y leyendo…

“-Lo que es importante no se ve…

-Cierto…

-Es como con la flor. Si amas una flor que se haya en una estrella, resulta delicioso mirar el cielo por la noche. Todas las estrellas están floreadas.

-Es bien cierto…

-Es como con el agua. La que me diste a beber era como una música, por la polea y la cuerda… ¿Te acuerdas?... ¡Que buena era!

-Es bien cierto…

-Por la noche contemplarás las estrellas. La mía es muy pequeña para que pueda decirte dónde se encuentra. Es mejor así: Mi estrella será para ti una de tantas. Por eso te gustará contemplarlas a todas… Todas serán amigas tuyas. Y ahora te voy a hacer un regalo… Y rió.

-¡Ah, hombrecito, hombrecito, hombrecito, cuánto me gusta verte reír y oírte!

-Justamente ese será mi regalo… Será como con el agua…

-¿Qué quieres decir?

-La gente posee estrellas que no son las mismas. Para los que viajan, las estrellas son guías. Para otros no son más que lucecitas. A otros, que son sabios, les crean problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas estas estrellas son mudas. Tú, tú tendrás estrellas como nadie las ha tenido…

-¿Qué quieres decir?

-Cuando por la noche mires al cielo, como yo viviré y reiré en una de ellas, entonces será para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reir!

El Principito rio nuevamente.

-Y cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno), te sentirás contento de haberme conocido. Siempre serás mi amigo. Tendrás ganas de reír conmigo. Y a veces abrirás tu ventana así…por simple placer…y tus amigos quedarán extrañados al verte reír viendo al cielo. Entonces tú les dirás: “Sí, las estrellas siempre me hacen reír”, y te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala pasada…y aún río de nuevo.

-Será como si yo te hubiese dado, en lugar de estrellas, multitud de cascabelitos que saben reír."

Continuará.

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