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viernes, 4 de septiembre de 2015

La otra.

Mis papás empezaron con problemas matrimoniales desde muy temprano en su relación. Yo fui lo que acá en Costa Rica, llamamos “un gol” y nací 10 añós después de mi hermano.

Siguieron casados 12 años mas después de mi nacimiento.

Tengo muy pocos recuerdos de mis padres juntos. Recuerdo verlos bailar en algunas fiestas y reuniones de amigos en la casa. Recuerdo una sola vez verlos darse un beso en un cumpleaños de mi papá. Recuerdo una vez que mi mamá le vació la tetera entera en la cabeza después que el le había dicho alguna cosa fuera de lugar. Yo estaba al lado de mi papá y me asusté mucho, pero después se empezaron a reír y la cosa no pasó a más.

Ninguno era una perita en dulce y ambos eran profesionales de talla mayor, con exigencias propias de sus puestos y aspiraciones claras. Excelentes en lo que hacían, pero de temperamentos irascibles ambos, no cuidaron su vida de pareja y la brecha se fue haciendo enorme e insalvable.

A pesar de ser pequeña, sentía que ellos vivían vidas separadas. La casa siempre estaba callada. Yo almorzaba sola cuando llegaba de la escuela porque mi mamá usualmente estaba trabajando y cenaba sola también porque mi papá llegaba muy tarde del trabajo y mis hermanos eran mucho mayores que yo y cada uno tenía actividades propias.

Yo no entendía mucho de la convivencia de una pareja, pero me sorprendió cuando mi papa se pasó a dormir al cuarto que hacía unos años había desocupado mi hermana mayor al casarse. De repente, ese cuarto se convirtió en algo así como su apartamento dentro de la casa. Ellos casi no se dirigían la palabra y el ambiente era tenso e incómodo. Tanto la puerta de ese cuarto, como la puerta del cuarto de mi mamá estaban siempre cerradas.

Mi relación con mi papá era de un amor profundo. Yo me sabía su muñequita y el siempre me decía con cara de embobamiento que era “la luz de sus ojos”. Si el planeaba hacer alguna actividad con mi hermano, yo me colgaba como una mona y protestaba hasta que finalmente iba con ellos. Todos los fines de semana salíamos al club y cuando el nadaba en la piscina yo me agarraba de su espalda y el me paseaba. Cuando íbamos en el carro, el cantaba siempre y me sentaba en sus regazos para que yo “llevara la rueda”. Todos los domingos teníamos un ritual a partir de las 6 de la tarde. El se echaba en la cama y yo me le acurrucaba. Así veíamos juntos El Chavo, La Casa de la Pradera y Odisea 2001. Era NUESTRO momento.

Tenía 11 años cuando un sábado escuché que mi papá hablaba por teléfono con una tal Clara y le decía “mi amor”. No entendí porqué mi papá le decía “mi amor” a alguien mas que a mi mamá o a mí. Pero como mi mamá tenía una amiga muy cercana con ese nombre pensé que hablaba cariñosamente con ella. Un poco confundida lo miré y el, al percatarse de mi presencia cortó rápido la llamada. Por supuesto que no me atreví a preguntar nada.

Mi mamá sospechaba y las discusiones feas iban en aumento.

No pasaron muchos meses hasta que las sospechas de mi mamá se confirmaron y Clara salió a la luz, después de 8 años de relación clandestina con mi papá. No era la amiga de mi mamá. Era una mujer cualquiera, que obviando que mi padre era un hombre casado, se convirtió en “la otra”.

No pretendo en ningún momento culparla de los devaneos extramaritales de mi padre. Ella fue una de las tantas y a la que le tocó ser el detonante final para que todo estallara. Tengo más claro que el agua, que el responsable inicial fue el. Pero por un principio de decencia básico, si a uno lo invitan a entrar a un lugar prohibido, uno tiene la potestad de rechazar la invitación y Clara ni lerda ni perezosa aceptó gustosa.

Al concretarse el divorcio, casi inmediatamente mi papá pretendió que entabláramos una relación con ella, quien pensó que las cosas le iban a resultar fáciles. Yo tenía para ese entonces 12 años y de ninguna manera dejé que ella entrara a mi vida. La vi si acaso un par de veces y nunca fui irrespetuosa pero si fría como un témpano de hielo.

Yo veía poco a mi papá y lo poco que lo veía eran momentos terriblemente tensos y llenos de reproches hacia mi mamá, que yo no sabía cómo enfrentar y por ser tan pequeña no comprendía que no tenía porque ser partícipe, pero no sabía como defenderme. Por otro lado, vivía lo mismo en mi casa. Las palabras amorosas se convirtieron en frases llenas de amargura y odio por ambas partes que yo desesperadamente trataba de evadir sin lograrlo.

En mi cabecita de niña, no cabía la noción de que mi papá al divorciarse de mi mamá se había divorciado de mi. Pero así me lo dijo el y así se esforzaba por hacérmelo sentir. Aunque yo no tenía nada que ver en sus problemas, yo era la “hija de mi mamá” y por ende, receptáculo inmediato de todo lo que el pensara de ella.

Clara, por el contrario, era “la mujer maravillosa, casera y que me da la atención que tanto necesitaba y que tu mama (así sin tilde), no me dio nunca”.

Estaba profunda y terriblemente celosa. No podía entender de ninguna forma cómo el podía preferirla a ella que a mi que era su hija, “la luz de sus ojos” y su “adoración”.

Así que quise ser esa otra.

Quise ser esa mujer perfecta para el. Siempre sonriente. Siempre simpática. Siempre arregladita y complaciente. Una muñequita literalmente. Desde ese momento lo único que oía mi papá de mi, era que todo estaba bien aunque me estuviera muriendo por dentro. Aprendí exactamente como le gustaba el café y la comida y le servía cada vez que podía. En las fiestas de familia, la que lo atendía solícita era yo. Le reía los chistes aunque me parecieran peor que malos. Lo excusaba cuando por su carácter le decía algún improperio a alguien mas. Escuchaba todo lo que quisiera contarme sin contarle yo nada mío para no importunarlo o desatar su mal humor y trataba de parecerme más a su lado de la familia que al de mi mamá, porque sabía que eso lo hacía verme más como de su parte.

Pero nada de esto hacía que el se acercara más y siempre estaba la sombra de “la otra”, que eternamente hacía las cosas mejor que yo y por la cual había abandonado a su familia.

Conforme fui creciendo, la distorsión que tenía con respecto al afecto, se fue haciendo evidente. Era desconfiada del amor que alguien pudiera sentir por mi. Era demandante y vivía aterrorizada con la idea de que me dejaran de querer. Pero a la misma vez, me costaba dejar que me quisieran. Pensaba que si no era lo suficientemente buena y entregada no me merecía el amor y agradecía hasta las migajitas que los demás quisieran darme, afectivamente hablando.

La relación con mi papá se fracturó irremediablemente aunque yo traté un millón de veces de repararla y de repente en algún momento de esa soledad y ansiedad tan terribles, algo cedió y deje de tratar de salvarla. Simplemente puse distancia en todos los sentidos.

Tuve la enorme suerte de contar con amigas que tenían relaciones preciosas con sus padres y que fueron quienes hicieron que entendiera que la del problema no era yo. La familia del que fué mi primer novio, fué un maravilloso ejemplo de la vida familiar que yo tanto añoraba. Una familia amorosa, ruidosa, alegre, unida, respetuosa, cercana a D-os, una familia imperfecta pero feliz y con una comunicación permanente. Me acogieron como a una mas de ellos y me hicieron sentir protegida. Pasé todo el tiempo que pude con ellos y aunque nuestra relación terminó, hasta el día de hoy seguimos en contacto.

Tuve la enorme suerte también de entender perfectamente, que nunca iba a tener una relación de padre e hija como la que soñaba, pero que no por esa razón iba a ir por la vida buscando en otros hombres esa figura, mucho menos iba a buscar a un hombre que como pareja, supliera esa carencia. Y mucho, pero muchísimo menos iba a permitirme ser el plato de segunda mesa de nadie.

Nunca dejé de amar profundamente a mi padre y lo perdoné conscientemente. Le escribí un poema que aun conservo y se lo leí. Pero no fue hasta que tuve 35 años que lo confronté después de mucho pensamiento, y llorando como la niñita de doce años que lo vio irse de la casa y de su vida, finalmente me atreví a decirle todo lo que había sentido por tantos años. Le dije cuanto lo había extrañado y le dije que había sido tan brutal para mi el haberlo perdido, que por muchos años había querido convertirme en todas esas otras que si lo hacían plenamente feliz y que el no lograrlo me había despedazado el alma por todo ese tiempo.

A pesar de esa dolorosa confesión, el no cambió, pero yo si. Pude finalmente dejarlo ir. Eso era lo que realmente me importaba. Dejarlo ir. Dejar ir la angustia, el desasosiego, el temor, los reproches. Dejar ir la sensación de no serle suficiente.

Dejar ir también la idea inocente de aquella niña pequeña, que en algún momento quiso ser la otra.

Mi papá falleció el 23 de abril del año 2008. Hacía varios años se había vuelto a casar con Ada, una mujer amorosa, que lo acompañó hasta el final de sus días y que trabajó con dulzura para que los cuatro hijos nos acercáramos a el y viceversa. Hasta el día de hoy, la amo y le agradezco haber sido la compañera que fue.

Lo único que había entre mi padre y yo en el momento de su muerte era un profundo amor y una relación en la cual la que había puesto las pautas finales había sido yo.

5 comentarios:

  1. Conmovedor relato,muy personal, vive en un ambito donde el cristal se rompio, de una niña que pierde el amor de su padre,las inseguridades que marcan de por vida .
    Este relato tan personal tuyo Irene, que valientemente hoy lo puedes relatar, es posiblemente de muchos niños que caminaron y seguiran caminando por el mismo sendero. Las historias se repiten, tu has sido capaz de aflorarla, exteriorizarla, externar tu dolor de niña sediente de amor a sus cortos años de edad. Ojala , sirva de reflexion para muchos padres que siguen este mismo patron . A pesar de lo triste y valiente narracion, detras de este telon, hay toda una mujer que se forjo caminando encima de piedras que rozaron su piel , con heridas que hoy estan cicatrizadas.ESTA HISTORiA, la tuya IRENE, es el espejo NETO , de una relacion de pareja mal emparejada.VALIENTE QUE ERES IRENE !!!!!

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    1. Gracias por tu comentario. Mis hijas viven hoy una situación tan parecida que me para el pelo, pero a diferencia mía, me tienen a mi y han entendido desde hace mucho tiempo que ellas NO son responsables de esa relación con su padre. Gracias de nuevo por leerme Bambina!

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  2. En todo divorcio siempre hay uno de los hijos que sale más afectado.

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    1. Si, de acuerdo y más aún cuando uno de esos niños vive en un abandono emocional casi completo, como yo. Gracias por su comentario!

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  3. Podría ser peor: que se mantengan juntos toda una vida odiándose, y echándole la culpa a los hijos de esa situación. A la fecha, mis hermanos y yo (todos "grandecitos") tenemos mil traumas y rollos de infancia por esa vida, sin nunca haber recibido afecto de ningún tipo. Si no fuera por el amor de Dios que me abrió sus brazos sin condiciones no sé donde estaría... o si estaría.

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