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jueves, 14 de abril de 2016

Click. Segunda parte.

On.

Play.
Tengo 7 años. Mi mamá me llama al cuarto y me dice que me quiere contar un secreto. Me dice que va a tener un bebé pero que no le puedo contar a nadie. Es un secreto entre ella y yo. Un secreto es algo muy difícil de guardar. Trato de no contar pero sin querer se lo digo a mi tía, pero le digo que es un secreto que me contó mi mamá. Mi tía le cuenta a mi mamá. Mi mamá está muy enojada y me dice que nunca más me va a tener confianza. Lloro mucho.

Soy una tonta boca floja.

Fast Forward.
Tengo 9 años y soy amiga de don Otilio, un señor viejito que vive en la casa de la esquina donde pasa por mi el bus de la escuela. Es un señor muy buena gente y todas las mañanas me saluda cariñoso, con un abrazo. Un día me abraza por más tiempo que siempre y no me gusta. Me mete la mano adentro de la blusa de la escuela. Me dice que “solo quiere ver si ya me estoy haciendo grande” y que “es un secreto entre el y yo.“

Un secreto.

Me siento sucia.

No quiero esperar el bus en esa esquina.

No quiero ver más a don Otilio porque cuando lo veo me dan ganas de vomitar.

Estoy triste.

Una tarde mi mamá me lleva con ella al baño y me sube en la tapa del inodoro para que quedemos a la misma altura. Me dice que siente que estoy diferente. Me pide que le cuente, pero le digo que no puedo porque es un secreto. Mi mami me explica que hay secretos que uno no se puede guardar.

La gente grande y sus secretos me tiene muy confundida.

Mi mamá poquito a poquito hace que yo le cuente todo y me dice que nunca NADIE puede hacerme lo que ese viejo me hizo y me dice que nunca más tenga miedo de contarle algo así. Me dice que me tengo que defender siempre, que tengo que entender que ella no siempre va a estar para mi. Que yo soy responsable de mi misma, de mis alegrías y de mis tristezas, de mis éxitos y mis fracasos.

Yo soy responsable de mi misma.

Ya no estoy triste. Estoy muy enojada y cada vez que veo al viejo ese en la calle del barrio, lo persigo, le pego bien duro con la sombrilla o los cuadernos y le grito que es un cochino. Así, frente a quién esté. Ahora es ese viejo el que me tiene miedo a mi y sale corriendo cada vez que me ve. Ahora espero que sea a él al que le den ganas de vomitar.

Aprendo que tengo que tener más cuidado y que no puedo ser tan cariñosa como siempre he sido.

Desde ese día solo uso blusas flojitas.

Tengo que cuidarme solita. Yo soy mi propia defensora.

Fast Forward
Tengo 25 años y recientemente entré a trabajar en una agencia de publicidad. El gerente general es un acosador sexual, pero nadie dice nada…

es un secreto a gritos..

Odio los secretos y sé muy bien que el que calla otorga.

Una tarde, ese tipo obliga a una compañera a sentársele en los regazos frente a todo el mundo, mientras ella no se defiende.

El miedo y la opresión, son maravillosos aliados de los tipos como este.

Por lo visto, a mi compañera no le enseñaron nunca a defenderse. A que ella es responsable de ella misma, pero en ese momento no estamos para lecciones. Estoy tan furiosa que solo quisiera tener una sombrilla en la mano para estrellársela en la cabeza a ese tipo. Agarro a mi compañera del brazo, la alejo del viejo y le digo a el que si la vuelve a tocar, yo lo denuncio con el Ministerio de Trabajo. Se hace un gran silencio en la oficina.

El gerente no vuelve a tocar a nadie, porque ahora ya no es un secreto. Ahora ya todos están al tanto. Me sorprendo al darme cuenta que en mi, el sentido de justicia es mas fuerte que el miedo.

Rewind
Estoy sentada en primera fila en el Teatro Nacional. Tengo 9 años. Estoy con mi papá en el estreno de la obra Divinas Palabras. Mi mamá hace del personaje principal. Amo el teatro. Amo todo lo que pasa en el teatro. Los camerinos, los vestuarios, las pelucas, el maquillaje, la escenografía, las luces.
Yo se que lo que ven los demás es diferente a lo que veo yo, porque yo acompaño a mi mamá a todos los ensayos y la ayudo a aprenderse los textos.
La gente del público cree que los personajes son de verdad y lloran y se ríen y se asustan, pero yo no.

De repente, en la escena, a mi mamá la atacan los otros personajes y le arrancan la blusa.

Toda la blusa.

Completa y totalmente toda la blusa.

¡A mi mamá se le ven las tetas!

Miro a mi papá a ver qué cara pone, pero no pone ninguna. Cuando la obra se termina veo como todo el público se levanta y aplaude tanto que mi mamá tiene que salir hasta 4 veces a dar las gracias, ya con otra blusa puesta. La gente grita ¡¡Bravo!! Y yo estoy muy orgullosa de ser hija de mi mamá.
Al día siguiente en la escuela, mis compañeros me dicen que mi mamá es una puta porque salió sin ropa en el teatro.
Yo defiendo a mi mamá y trato de que entiendan que no es una puta.

Que es una actriz y que así era la obra.

No les importa.

Se burlan tanto de mi y de mi mamá que me quiero morir.

Me voy a meter en la biblioteca y trato de no llorar pero me duele la garganta del esfuerzo.

Tengo mucha vergüenza.

Odio tener que defenderme de algo que no hice yo.

¿Por qué no puedo tener una mamá como las de mis compañeros?

Pausa.
Mi mamá nunca fue como las otras mamás.

Fue la actriz con un talento tan portentoso, que lograba que yo dejara de verla a ella y viera al personaje que encarnaba.

Porque eso era más fácil que atreverse a ser ella misma.

Porque ver hacia dentro de ella misma era mucho más difícil que aprenderse un monólogo de mil páginas.

Fue una monja enamorada, fue Emily Dickinson, Shirley Valentine, Ana Frank, María Estuardo, la mujer Serbia… y se gustaba más en el escenario de lo que se gustaba en la realidad.

Su profesión fue su amor más grande. La amaba tanto que de alguna forma todo lo demás era secundario. La distancia que nos separaba se hacía corta cuando la veía en escena y gigante en la vida real.

Sin dejar de amarla, aprendí que para mi nunca, ninguna profesión, iba a ser más importante que hacer familia. Aprendí que el personaje principal en la escena de mi vida, era yo. Que el viaje interior y la introspección, el auto cuestionamiento y la dirección clara son mucho más importantes que la necesidad de aprobación o el aplauso de alguien más.

Play.
Tengo 31 años. Estoy embarazada de mi segunda hija, sentada en el teatro, para el estreno de “Los Monólogos de la Vagina”. Es una de las primeras obras en las que no he ayudado a mi mamá a repasar el texto. La obra da inicio y nuevamente mi mamá me lleva de la mano en un recorrido por las vivencias del personaje que encarna. Nuevamente dejo de verla a ella y veo a la mujer Serbia que llora desesperada por su pueblo y su femenidad mutilados.

Termina la obra y no paro de llorar.

Lloro de dolor por esa mujer Serbia y lloro de orgullo por ser hija de quien le da vida una vez más.

Pausa.

Continuará.

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