A mis trece años, mientras andaba en San José en un día de invierno, en el que caía una lluviecita persistente, una muchacha con discapacidad caminaba con dificultad. Al pasar por la entrada de una tienda que estaba mojada y resbalosa, perdió el equilibrio y cayó aparatosamente.
Yo la vi.
Supe que tenía que hacer y no hice nada.
Yo la vi.
Supe que tenía que hacer y no hice nada.
Me paralicé.
Alguien mas la ayudó a levantarse.
Alguien mas.
Hasta el día de hoy ésta imagen me acompaña permanentemente.
Yo no siempre he sido empática con los demás, como bien lo
escribo al inicio y eso a veces me pesa en el corazón. Muchas veces no he sido empática y amorosa
conmigo misma y eso tambien me pesa y mucho.
La empatía al igual que el amor, la paz y la felicidad es
un verbo.
Es una acción.
La empatía no es decirle “pobrecito” al que sufre o la esta
pasando mal, porque con eso no ayudamos en nada.
Al contrario.
El que necesita no es “pobrecito”. Y nosotros no somos
quienes para hacerlo sentir así.
A veces esa persona solamente está estancada y pasando por un
mal momento y no quiere nuestra conmiseración.
Tal vez necesita que lo ayudemos a levantarse. Que creamos en el o ella y que lo
ayudemos a salir de ese charco en el que patina sin lograr nada.
La empatía es ponernos en los zapatos de los demás y tratar
de entender en toda su dimensión lo que el otro puede estar viviendo y a partir
de ahí, ayudar, cuidar, proteger y consolar como necesita y no como
nosotros creemos que necesita.
La empatía es preguntar qué podemos hacer, realmente poniendo
atención.
La empatía es salirnos de nuestro usual estado de confort. Es
no creernos los dueños de la verdad absoluta.
Desapegarnos de nuestras propias opiniones, es duro y complicado.
Desapegarnos de nuestras propias opiniones, es duro y complicado.
Es arrancar de nuestro vocabulario anímico la palabra “juzgar”
en todas sus conjugaciones.
Ser realmente empáticos nos expone a enfrentarnos con
nuestros propios miedos, encarnados en la piel de otro.
Y ahí justamente es cuando tenemos la obligación de ver hacia
adentro y hacia afuera.
Hacia adentro, para tomar la decisión de hacer el bien por
alguien más porque la intención de ayudar a sanar y a que el otro salga
adelante debe ser mas fuerte que el juicio que pudiéramos emitir.
Hacia afuera porque ese otro, que esta necesitando nuestro
amor, ayuda emocional, económica, hombro para llorar o simplemente nuestro oído,
no somos nosotros y por ende tiene necesidades propias que debemos respetar.
Sigo fallando muchas veces en mis habilidades de empatía.
Lo reconozco y me arrepiento.
Pero puedo decir a mi favor, que siempre estoy dispuesta a dar ese
abrazo, a prestar un oído sin juicio ni opinión alguno, a menos que me lo pidan.
A ayudar a quien me lo pida, feliz de poder hacerlo, a tratar de alegrarle el o
los días oscuros al que lo necesite.
En tiempos en los que las cosas no necesariamente me han sido
fáciles, he sido durísima conmigo y tener que pedir ayuda ha requerido de un
esfuerzo titánico y de una dósis de humildad enorme. Pero no hacerlo
significaba poner en riesgo mi estabilidad emocional.
Pedir ayuda y dejar que nos la den nos abre un panorama maravilloso
con respecto al amor que a veces no creemos merecer. Es en los tiempos difíciles
cuando los afectos reales surgen y cuando lo que hemos sembrado en otros se ve
como una cosecha de amor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario