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jueves, 16 de julio de 2015

Me salgo del closet.

De acuerdo a mi mamá, normal era la hija de sus mejores amigos, que era pulcra y ordenada, todo lo guardaba en cajitas en su closet, sacaba cuadro de honor y jamás tenía un mal gesto. Era profunda y meticulosa.

De acuerdo a mi papá, normales eran todos los otros niños menos sensibles. Esos a los que las cosas no los afectaban tanto.

De acuerdo a mis tíos, normal era la familia tradicional, con la mujer entregada a las labores de la casa y a sus hijos y un padre proveedor.

De acuerdo a la educación del país, normal era repetir como cotorra y memorizar cuanta fórmula existía. ¿Pensar? Jamás.

De acuerdo con todo lo anterior yo ya iba en números rojos.

Mi cuarto siempre estaba al punto del caos. Todo y todos me hacían llorar. Mi mamá era feminista, artista consumada, actriz y en la obra Divinas Palabras tuvo que salir con los pechos expuestos… frente a la sociedad costarricense de principio de los años 80’s.  Mi papá era médico, ateo, machista y absolutamente reacio a las relaciones con una sociedad que cuestionó hasta el último día de su vida. Divorciados. Y para peores, yo no lograba aprenderme de memoria ni la tabla del 1.

¿Qué nos define como normales en un mundo donde esa palabra cada vez se sale mas de su contexto original?

¿Por qué necesitamos tanto calzar en los moldes preestablecidos?

¿Cuándo logramos romper un poco esos marcos que tratan de estandarizarnos?

De las etiquetas que me pusieron y con las que viví por muchos años, solo me dejé las que hoy exhibo con orgullo. Sensible. Fuerte. Decidida. Chistosa.  Despistada.  Intensa.  Poco sumisa. Valiente.

Esas son las que me enorgullecen. A las otras las he ido desapareciendo a punta de trabajo propio y de ver como esos benditos moldes en los que no lograba calzar, se iban desfigurando con el paso del tiempo hasta que en lugar de adaptarme a ellos, se adaptaban a mi.

Todos somos diferentes y esa es la maravilla más absoluta.

Detestaría vivir en un mundo donde fuéramos iguales, pensáramos todos de la misma forma y no nos atreviéramos a la transgresión, a la autenticidad y a exhibir con alegría y orgullo nuestros propios colores, eso si, bajo el respeto mas absoluto a los demás.

De mis amigos, todos y cada uno son un compendio de cualidades que han ido tomando fuerza con el paso de los años. Tengo amigos artistas, abogados, comunicadores, diseñadores, modelos, ruidosos, calladitos, extrovertidos, tímidos, heterosexuales, lesbianas, gays, casados, divorciados, ejecutivos, sanadores holísticos, sicólogos, hippies, clásicos, millonarios, religiosos, agnósticos, ateos, judíos, católicos, budistas, humildes, madres que se encargan de su hogar, profesionales sin hijos, profesores, pero la tónica que nos une es justamente eso.  

En nuestra gran mayoría, todos y cada uno de nosotros rompimos un poco ese molde que pretendía formarnos como piezas idénticas unas de las otras.

Nos salimos del closet y nos atrevimos mostrarnos como somos en realidad.

Y es que le tengo seria desconfianza a la definición de normalidad. Ha habido demasiados locos en la  historia para los que su propia definición de dicho concepto dejó muchos millones de muertos.  Como muestra un botón: Irónicamente, el modelo físico ideal de los niños de la “Raza Aria” en la Segunda Guerra Mundial, era una beba judía… Hitler desconocía este hecho, pero probablemente de haberse enterado se pega el tiro antes. 

No estoy diciendo que tenemos que convertirnos en anarquistas “malamansados” y salirnos completamente de las normas que hacen del humano un ser un poco mas controlado.  Pero si creo que tenemos que celebrar lo que nos hace diversos, porque eso somos. Diversos. Diferentes. Unicos…maravillosamente únicos, a pesar de que a la misma vez somos lo mismo.

Por eso, conocer y complacer nuestros propios estándares; reconocernos como los personajes principales de nuestros sueños y tratar de cumplirlos aunque al hacerlo rompamos el molde en que nos querían meter; atrevernos a llevarle la contraria a lo que nos hace sentirnos a disgusto en nuestra propia piel, aunque sea lo tradicionalmente impuesto. Dejar de etiquetar y no permitir que nos etiqueten, es lo que nos hará ser nuestros propios dueños.

Me niego a ser normal a menos que sea dentro de mis propios parámetros.   Al fin y al cabo, los moldes impuestos son como el closet del que tanto se habla de salir hoy en día y yo hace mucho tiempo me di cuenta que los espacios estrechos y oscuros y yo, no somos compatibles.

Todos deberíamos en algún momento abrir las puertas y ser normales, únicos e irrepetibles en nuestros propios términos. Rompamos el molde, mandemos al carajo los estereotipos, abramos y salgamos del closet de nuestras propias limitaciones.

Acá afuera solo asustan si nos creemos el cuento que alguien más nos contó de nosotros mismos.


5 comentarios:

  1. Excelente reflexion. Debemos respetar a cada persona por lo que es y tener en cuenta que lo normal es subjetivo. Saludos

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  2. me encantó!
    muchas gracias :)
    Atte: Kri

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  3. Más que identificado, excelente comentario. Su madre una gran mujer, que hasta en un momento de mi vida y la de ella nos tocó bailar boleros......wow!! Salgamos de nuestros propios encierros....

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